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El diario de Bioy Casares sobre Borges

Juan Gustavo Cobo Borda

Las 1.600 páginas de este libro son memorables. (Barcelona, Ediciones Destino, 2006. Edición al cuidado de Daniel Martino). Uno de los mas inteligentes y originales narradores argentinos, Adolfo Bioy Casares (1914-1999) registra en su diario todo lo que le significó la figura de Jorge Luis Borges (1899-1986).
Fue su amigo, cenaba casi todas la noches en la casa de Bioy y su mujer Silvina Ocampo cuando estaba en Buenos Aires, y desarrollaron juntos varios y muy diversos proyectos editoriales. Quizás este primer aspecto de su relación sea uno de los mas curiosos del libro.
Prepararon para EMECE la colección Séptimo Círculo, de novelas policiales. En las solapas de las mismas, cuando les faltaba algún crítico para poner en boca suya palabras adecuadas al escritor presentado, simplemente lo inventaban.
Lo llamaron Farrel du Bosc y el regocijo con que armaban tales diabluras se prolonga en antologías, como una antología de poesía argentina (1941), recopilaciones como El libro del cielo y el infierno y compilaciones tan decisivas como Antología de la literatura fantástica (1940) para la cual leyeron, comentaron y tradujeron muchos textos únicos que cambiaron el clima literario que entonces existía: novela rural; personajes esquemáticos, de una sola pieza; desarrollo previsible.
También el diario registra, con acuciosa minucia, su colaboración conjunta en los muchos cuentos y crónicas que escribieron bajo el seudónimo de Bustos Domecq.
Pero lo que mas se percibe en todos estos registros es la alegría, a veces jubilosa, en ocasiones perversa, de esas charlas nocturnas sobre todos los topios, desde los relatos de Henry James y Stevenson, los versos de Shakespeare, el puritanismo de Borges, hasta el odio conjunto a Perón y la urdimbre cotidiana de la vida literaria de Buenos Aires en aquellos años. Los dos fueron atacados con veneno puro. Se dijo y publico: “Borges Y Bioy Casares, paladines de la literatura gelatinosa”. Pero ellos no fueron menos incisivos y sarcásticos. Sobre Eduardo Mallea previeron con mucha clarividencia lo que iba a pasar. Dijo Bioy:
“Mientras viva, Mallea será escritor de algún nombre; después se hundirá en el olvido, como si fuera de plomo” (p. 187).
Sobre Ernesto Sabato, la mas constante de sus bestias negras, se pronunciara Borges:
“Al enérgico mal gusto, la desenfrenada egolatría, la sincera preocupación por el propio y continuado triunfo, hay que agregar la melancolía porque este no sea mayor y el entusiasmo con que acoge los modestos productos de su mente activa y mediocre” (p. 844).
La serena e imbatible firmeza con que Borges mantuvo su vocación literaria es admirable. La ceguera. Las innumerables derrotas sentimentales de mujeres que lo hicieron e insultaron-Estela Canto; que lo abandonaron por otro-María Ester Vásquez, puntualmente registradas por su amigo confidente, quedan al igual que las miserias políticas de sus colegas universitarios (caso de José Luis Romero) vencidas por el gozo con que unos versos de Rubén Darío o Lope de Vega los exaltan, en la emoción compartida de su belleza. No creo que exista un mejor libro para iniciarse en las letras. Mente amplia, referenciad insoslayables, rigor en el gusto, y humor que no cesa. Bioy será siempre fiel a un tal Roger Ascham, seguramente también inventado por el, que lo explico de modo insuperable:
“ignoro plenamente tal asunto; ni siquiera he dictado clases sobre el”.
Solo que la ironía no refrena la creación: la esclarece y ahonda. Así veremos nacer El libro de arena de Borges y Diario de la guerra del cerdo (1969) de Bioy Casares con sus pausas y desalientos, sus arranques erróneos, y su culminación lograda. Por ello Bioy. Mejor que nadie, supo captar esa mezcla de arbitrariedad, ingenuidad y devoción única a las letras, que Borges encarna. La genialidad, en definitiva, con que Borges cambio el rumbo de la literatura en lengua española.
En 1963 Borges regresa de un viaje a Colombia. La elogia: “Íbamos por la calle con un muchacho. Le pregunto de quien es la estatua en la plaza. “De algún prócer -me dice-. Aquí tenemos muchos próceres, pocos héroes”.


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