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Bogotá leída y escrita
Juan Gustavo Cobo Borda

El fundador de Santa Fe de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada, nació en Santa Fe de Granada, estudio derecho y con seiscientos hombres de a pie y sesenta de a caballo, partió desde Santa Marta para subir por el río Grande de la Magdalena durante once meses hasta llegar a este altiplano.
¿Qué hacia en las pausas de la expedición, cuando acampaba a la orilla del río, comidos los pies por las niguas y la muerte acechando en las flechas envenenadas o en hambrientos caimanes?.
Discutía sobre las virtudes del verso octosílabo castellano en contraposición al extranjerizante endecasílabo italiano. El mismo que también otro capitán guerrero asimilo y volvió perdurable en sonetos y églogas antes de morir en el asalto a un castillo en Europa, a los 35 años. Se trataba de Gracilazo de la Vega.
Así era Quesada y tal su sino. Juan de Castellanos, cronista en verso de esta y muchas otras hazañas, lo recuerda así:
“Y el porfió conmigo muchas veces
Ser los metros antiguos castellanos
Los propios y adaptados a su lengua
Por ser nacidos de su vientre
Y estos, advenedizos, adoptivos
De diferentes madres, y extranjeros”.
Tal la imagen de Quesada en las Elegías de varones ilustres de Indias, una hazaña verbal que alcanzo a tener 113.609 versos.
Bogotá y Tunja, donde leían y escribían Quesada y Castellanos, parecían tierras propicias para el recuerdo y la remembranza. Para páginas que fijen los hechos y los transformen en la reelaboración de la escritura. Así Quesada se mira a si mismo cuando joven, al servicio de los ejércitos de su majestad imperial Carlos V, en las campañas de Italia. Pero no halla la paz en su memoria. Un obispo italiano, Paulo Jovio, obispo de Nocera, nacido en Lombardia, ha escrito una Historias de su tiempo muy poco veraz y plagada de inexactitudes. Quesada redacta entonces una abultada rectificación: El Antijovio, para ofrecer su versión de los hechos.
Ya desde el comienzo de nuestra historia las armas y las letras. Las minucias de la erudición y el vuelo liberador de la poesía. El afán para que no todo sea devorado por el olvido y las inevitables querellas en torno a sucesos que el tiempo inexorable adelgaza y deforma.
Viejo y quebrantada abandona Quesada la ciudad que fundo y organiza una nueva expedición, esta vez hacia los llanos orientales. ¿Qué busca Quesada?.
Como todos ellos, de Colón en adelante, quiere oro, oro tangible y real, y encuentra apenas la leyenda que con sus reflejos por todo el continente arranca desde la Laguna de Guatavita hasta el Cándido de Voltaire. El cacique, que recubierto de polvo de oro, se baña desnudo en las aguas de la laguna, rindiendo culto quizás a la luna, y rodeado de temblorosas antorchas encendidas.
Hace años un investigador, Irving A. Leonard, demostró como uno de los incentivos de la conquista española fueron los libros de caballería. Un escritor bogotano, Germán Arciniegas, devolvió la pelota con un libro de 1938 que le gusto a Stefan Zweig: lo titularon, en su traducción al inglés, El caballero de El Dorado, y en sus páginas finales Arciniegas sugiere que el esposo de su sobrina María, Antonio Berrio, otro conquistador, se cruzo en los pasillos de la corte española con otro peticionario: Miguel de Cervantes.
Y que la conjunción de estas familias luego daría a través de apellidos como Quesada, Quijano, o Quijadas, la posibilidad de bautizar a quien termino con las novelas de caballería y aun cabalga: Don Quijote de la Mancha.
Estos orígenes literarios de Bogotá resulta pertinente evocarlos a raíz de su designación, por parte de la UNESCO, como capital mundial del libro, por un año, y la aparición de un primer volumen que recrea literariamente la ciudad. Palabra capital. Bogotá develada (Mondadori, 2007) donde 76 autores a partir del ensayo, la poesía, la ficción y la autobiografía trazan su relación con conglomerado urbano. Los provincianos (caso de Piedad Bonnett) lo viven en la dualidad amor-odio, donde el caos la sorprende al llegar a la gran urbe, o bien en otros casos, también desde la provincia (como en el poema de Darío Jaramillo) logran captar sus auténticos signos distintivos: “El azul mas sereno del azul de los cielos, el azul que este poema recuerda sin lograr recordarlo”.
Otros, como el fallecido Henry Luque Muñoz (Bogotá, 1944-2005) se refieren precisamente a Gonzalo Jiménez de Quesada, el fundador, a quien no “dejan dormir las almas que sucumbieron bajo tu espada”, mostrando también esa otra constante de dolor y sangre que aun tiñe tantas páginas desde el proverbial 9 de abril de 1948, referencia emblemática.
Pero como lo señala el escritor nicaragüense Sergio Ramírez en su libro Señor de los tristes. Sobre escritores y escritura (Universidad de Puerto Rico, 2006) los temas que reclaman al nuevo escritor latinoamericano son los mismos que muchos de estos texto afrontan, entre la pobreza y la globalización:
El narcotráfico, como factor de poder capaz de alterar la convivencia social, de Colombia a México.
La corrupción en las esferas pública, como factor de alteración de la moral social.
Las nuevas formas de caudillismo y populismo, envueltos en una retórica altisonante.
El derrumbe de la clase media frente a las medidas monetarias de ajuste.
La conciencia social del deterioro ambienta.
La pobreza extrema. “Nuevo pobres más pobres que los otros pobres”.
El poder contrastante de la globalización, que desmantela formas tradicionales de producción y exalta, ante todo, el mercado.
Las migraciones masivas, clandestinas o no.
Los efectos de la globalización, en perdida de soberanía ante jurisdicciones internacionales y sistemas mediáticos supranacionales.
El surgimiento del “big brother” con su ojo gigantesco para vigilarnos día y noche, en aras de la conducta establecida por Estados Unidos de que es necesario espiar para prevenir, y así contrarrestar las nuevas formas de terrorismo.
Todo esto (y mucho mas) se da en estos 76 textos, donde también varios autores parecen rendir tributo al abuelo de las letras bogotanas, Juan Rodríguez Freyle.
El hombre que en El Carnero fue erosionando la historia oficial de oidores y Arzobispos con sucesos cotidianos, crímenes parroquiales, mujeres tempestuosas, como Inés de Hinojosa, y un tono que combinaba la ironía con el aburrimiento de sobrevivir en una ciudad aislada del mundo. La misma ciudad estrecha y prejuiciosa que obligo a José Asunción Silva a pegarse un tiro. Quizás por ello Eduardo Arias enhebra su texto, “Saudade bogotana”, a partir de dilemas aceptados: “No tengo claro que es lo que tanto me gusta de Bogotá”.
“También hay sitios feos que me hacen sentir feliz”. “Es tan grande que uno no termina de conocerla”. Y, finalmente, en esguince típicamente bogotano: “No se que decir de Bogotá”. Tenemos entonces todo un año de iniciativas en pro de la lectura y el libro, para intentar descifrar a Bogotá. ¿Será suficiente?.


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