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Palabras guardadas
Juan Gustavo Cobo Borda

Úrsula Iguarán parece sostener la casa y la estirpe, en su expansión jubilosa y en el derroche en ocasiones sin sentido. Quiere ahorrar para los malos tiempos y asiste, incrédula y a la vez sorprendida, al desgaste del eje y a ver como los ciclos y el hacer para deshacer se repiten, en ese pendular ir y venir en que la tragedia se convierte en comedia.
Por ello, cuando toda la energía de un Buendía se empeña, no en guerras civiles, no en importar el barco o el tren del progreso, con los inventos que ayudan a vivir, sino en conquistar una cachaca de altiplano, Fernanda del Carpio, no se imaginaba que ella iba a congelar el ímpetu vital. A proponer formas sin contenido, la entropía que petrifica el trópico dentro de sus ademanes de reina arruinada. Y sobre todo con su tortuosa manía de no llamar las cosas por su nombre. Ella disimulaba y escondía y también tenia multitud de palabras guardadas.
El fingir para aparentar, el cobarde prurito de regirse por el que dirán, deformaría para siempre su existencia, y la de los suyos. Solo que cuando más bajo había caído, ya la mesa dispuesta y sin nada que comer, como en la novela picaresca española, otro impulso, también femenino, seria el último envión para que el ciclo culminase, entre glorias espureas –un futuro Papa- y desdichas muy reales. Son Pilar Ternera Y Petra Cotes las marginales, las concubinas, las que vienen de abajo, las que no solo inician sexualmente a cada nueva generación de varones sino las que envían, bajo cuerda, comida a la mansión desmantelada.
¿Venganza, humillación, piedad, compasión?. En todo caso, ante este panorama de realidades crudas y apariencias maquilladas Úrsula encontrara
“el instante tantas veces anhelado y tantas veces aplazado de meterse a la resignación por el fundamento y cagarse de una vez en todo, y sacarse del corazón los infinitos montones de malas palabras que había tenido que atragantarse en un siglo de conformidad: Carajo, grito”.
Amaranta cree que la pico un alacrán. Pregunta dónde esta y Úrsula le dice: aquí, señalando el corazón.
Esta es quizás una buena forma de acceder a un libro valioso: Palabras guardadas. 35 mujeres colombianas frente a sí mismas. Editora: María Elvira Bonilla. Fotos: Carlos Duque. Norma, 2007. Porque reconoce, de antemano, la esquizofrenia en que hemos vivido, ignorando, soslayando o negando la voz de la mujer, y manteniendo, a la vez, un andamiaje formal que la aprisionaba entre sus convenciones. La gran antropóloga Virginia Gutiérrez de Pineda, lo dijo en 1996:
“Partimos de una familia patriarcal, pero ese patriarcalismo esta desapareciendo. Antes el hombre, por ser hombre, era amo y señor, y la mujer, por ser mujer, era subordinada. Ahora al llegar al fifty-fifty vamos avanzando pues con los cambios de país rural a país de ciudades, a la mujer se le abrían otros horizontes gracias a la educación y el trabajo. Cuando empezó a adquirir independencia económica comenzó a liberarse”.
Pero este país rural no ha quedado en ningún momento atrás. La magistrado Clara Inés Vargas lo recuerda:
“En Yacopi conocí lo que es la vida en un municipio colombiano azotado por la violencia, de gente amable, temerosa y resignada, con muchísimas dificultades no solo en los social y político, sino especialmente en lo económico”.
Juez rural en Gacheta, con tres o cuatro horas a caballo para realizar las diligencias, compensadas, en su esperanza, por el almuerzo de gallina arepas, puede parecernos un oficio insólito, hoy en día. Un anacronismo, si se quiere, pero la convivencia, no siempre pacifica, no siempre fecunda, entre un campo arcaico y esta modernidad parcial, no es algo que podamos dejar de lado, al pensar en la Colombia actual. Nos lo recuerdan los laboratorios de coca, en lo profundo de la selva; la guerrilla con sus secuestrados de ocho años; las masacres paramilitares, en veredas y caseríos que ignorábamos. Por ello no solo educación y trabajo modificaran el cuadro de estos 35 testimonios. La píldora, los anticonceptivos, cambiarían al mundo. “Al poder controlar su fertilidad, la mujer se hace dueña de su cuerpo y disfruta de la sexualidad sin tener que casarse”.
Pero todo ello no debe hacernos postergar otro nudo conflictivo que recuerda Clara López Obregón: el problema de la tenencia de la tierra. Impidiendo “una política justa de ingresos, precios y salarios para modernizar, actualizar, desarrollar en el real sentido de la palabra, al país”.
Por ello el valor de este libro se hace doble. Es un libro de historia donde podemos rastrear, a través del testimonio femenino, secuencias claves de nuestro acontecer; trátese del MRL del mandato claro, del nuevo liberalismo, del crecimiento del narcotráfico, de la expansión paramilitar o del exterminio de la UNIÓN PATRIÓTICA. Conviviendo todo ello con un desgarrador nivel emotivo, de remembranza nostálgica, donde el hogar sigue siendo el núcleo conformador y abuelos y abuelas deparan lecciones inolvidables, confrontadas ahora con una violencia desquiciada, que afecta tanto la vida intrafamiliar como todo el ámbito de la vida pública. De ahí el testimonio de Laura Ulloa, secuestrada a los 12 años; y el de Piedad Córdoba, ignorante del destino de su hija.
O la confesión brutal de Aura Lucía Mera, en su dependencia de la droga. O de mujeres que enseñan a comunicarse al hijo que no puede hacerlo por una falla neurológica. O el de la esposa que ve convertirse al marido en un hijo mas, desvalido e inútil.
El rechazo a la mentira, la voluntad para sobrevivir, el combate, en las instituciones o el espacio de la familia, para proponer otro horizonte. Lo que una dice, otra lo prolonga. Lo que una calle, aquella lo sugiere. En la voz plena vislumbramos una grieta. En la compulsión laboral, el hueco de la soledad. En la carencia de los bienes materiales, y sin ir a la India, la plenitud espiritual. Así Amparo Sinisterra nos recuerda verdades irrefutables del corazón, al servicio altruista de la sociedad. Leer este libro sin tapujos nos enfrenta a nuestro rostro. Falacias que caen en pedazos. Verdades que asoman temblando.


©2007