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Manuel Hernandez
Juan Gustavo Cobo Borda

Uno de los últimos cuadros de Manuel Hernandez (1928) es una blanca superficie sobre la cual ha puesto dos de sus inconfundibles signos en negro. Signos que casi siempre pueden describirse como un arco con dos solidas columnas de apoyo y un rectángulo-franja que bien lo puede atravesar desde el borde hasta el centro mismo de su corazon arquitectonico o establecer un contrapunto independiente, desde un espacio exterior y propio.

Emanación o confrontación, que se superpone, dialoga o cruza la figura central. Formas que juegan en el centro de la tela y que parecen próximas a evaporarse en su ascetica configuración. Pero mirándolo con mas atención vemos como la levitación de los signos se da dentro de un casi imperceptible marco de materia pictórica, que surje del fondo y sugiere, mas al tacto que a la vista misma, un recuadro perceptivo. Una ventana visual con ciertos leves matices rosa palido provenientes de un tratamiento previo de la tela.

Su caligrafia, por decirlo asi, no es espontanea, aunque lo parezca. Brota de una larga y meditativa accesis. De otra parte sus signos ya clásicos, el ovalo, el rectangulo, ese arco, tienen un muy definido contorno en negro que los configura y los hace resaltar sobre la neutralidad aparente del fondo. Pero un frotage, que parece surgir del limite negro, hace de la frontera entre negro y blanco, un incierto territorio de duda y perplejidad-. ¿Se borraran sus figuras?. ¿El color se escapa, harto de sus restricciones?

Hay entonces una suerte de titubeante vacilación como si todo el conjunto de esta abstracción, tan equilibrada y armónica dentro de su aparente improvisacion gestual, dejara aflorar la incertidumbre.
Signo tres formas
1988Quien domina el espacio y controla las figuras alli dispuestas, quien regula el equilibrio de todas las fuerzas en tensión (blanco y negro, forma y armosfera, deleite de lo conocido y riesgo de lo imprevisto) se expone a si mismo en lo azaroso de esa espatula que sombrea una materia siempre abierta a lo ignoto. A la vacilación de un contorno tan inseguro y fluctuante como la vida misma. Bien lo ha dicho él mismo :

“Con ovalos, diagonales, equilibrios y desequilibrios sugiero atmosferas contenidas. Utilizo contrasentidos, dudas en el contorno, abandono lo preciso, quiero luz en los bordes, luz que aparece y desaparece; trabajo el signo como lenguaje plastico mas que como vigencia historica”.

II

Sus óleos y acrílicos nos atraen en silencio con su dinámica peculiar de grandes masa-nubes desplazandose en una atmósfera que finge apenas ser receptiva de su alfabeto visual, pero que en realidad lo potencia y determina al maximo. Este asceta de la escritura plástica, con sus signos y sus acentos, es un sensualista ávido de disfrutar todos los colores, del violeta al ocre, y de experimentar con la variedad inagotable de las texturas, de la tela al papel hecho a mano. Y que se halla atento tambien a las posibilidades exploratorias del formato. Recorro asi, con deleite, sus libretas de apuntes, desde los años 50, siempre obsesivo con su repertorio en apariencia inmodificable, y siempre nuevas en las escalas de su busqueda. El arco-puente-monolito sera cuestionado en su linealidad por curva-ondulancia y la franja-bandera, o el acento como el mismo lo llama. romperá lo contundente de esa suerte de mesa-templo esquemático con su disposición impensada o su color emotivo.

Lo contundente y rotundo de los óleos y acrílicos, en varios casos borroneados con la grisalla de sus afiebradas tachaduras, se descomponen mejor en el dibujo. Alli esa suerte de muralla se quiebra en puertas--paneles que dan a lo ignoto, como en los dibujos de Kafka, para romper asi cualquier estructura establecida y compacta y lograr asomarse al otro lado. Sus figuras se imponen sobre nosotros, espectadores, pero el intenta sobrepasarlas con los matices poéticos de esos fondos, que aluden a un horizonte de temblor y zozobra. De luces agonales.

Bien pueden ser escudos que protegen, o monumentos que debe reverenciar. En todo caso Manuel Hernandez, aparentemente seguro del reino conquistado, percibe la tentación de esa lejanía en perpetua fuga: la pintura misma. Una larga convivencia que bien podemos antologizar en tres hitos : su viaje a Chile (1948), su nombramiento como director de la Escuela de Bellas Artes de Ibague (1959) y su viaje a Roma, en 1961. En Chile, su contacto con la pintura de Roberto Matta y Emilio Pettorutti le deparara varias claves. Matta, cuya vibrante energía anima sus lienzos de exploración síquica y cósmica, cercana al surrealismo y elogiada por Andre Breton. Y Pettorutti, el argentino que habia logrado volver geométrico el sol de la pampa y cubistas sus bodegones de armónicos contrastes reflexivos.

En Ibague, el vivaz diálogo con sus alumnos, donde debia poner en palabra compartible sus intuiciones plásticas, y en Roma, quien lo creyera, la revelación fulgurante de Rothko. ¿Se puede, con el solo color, y sin argumento alguno, construir emociones?. Se le abria entonces la posibilidad inagotable de solo con lineas, balances, equilibrios, espacios y pausas comunicar sus visiones, a partir de la pintura misma. No el oleo sino el acrílico o la piroxilina despliegan sus anchas capas superpuestas, de planos silentes, donde fracturas en el color, bordes expresivos, y contraluces determinantes, acababan por configurar, con elementos equidistantes, de franjas que ondulan en su contrapunto cromático, una suerte de gran totem imperativo de fuerzas en tensión. Al principio quizas excesivas y abigarradas, pero poco a poco mas reposadas y esenciales.

Este introspectivo buscaba la armonía y se refugiaba en lugar seguro: el circulo y el cuadrado. El ovalo y el rectángulo, como ya vimos. Pero incluso en ellos la forma se abria o se invertia, por voluntad propia, y la diagonal la escandia con su aguzado borde. Y ello porque siempre la naturaleza, origen y destino, dejaba translucir su impronta. Nube que fluye o roca inmodificable. ¿O es mas bien nube petrea y roca que vibra ?. Su universo, a partir del adquirido lenguaje propio, se convertia en un mundo en expansion. No hay duda de que seguiremos admirando emocionados, ese caminar por lo desconocido, “apoyado mas en el presentimiento que en la razón”.

Manuel Hernandez, Signo blanco doble forma, 1988

Manuel Hernandez, Signo tres formas, 1988

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MIRAR CON LAS MANOS