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MARTA TRABA Y LA ESCRITURA FEMENINA

por: Juan Gustavo Cobo Borda

Estamos en Cartagena de Indias, en el tradicional barrio de Manga. En una de esas casas con columnas griegas y un jardin que semeja una selva llena de misterios. Allí un hombre resignado, quien se ha limitado a vivir la vida dispuesta por los demás, aguarda la llegada de un taxi que lo llevara al aeropuerto. En esos momentos en el pórtico repasa su existencia.

Su madre, llamada Laura ; su mujer, también llamada Laura ; su hijo que parece repetir sus gestos; y sus viejos terrores infantiles ante esas bugambilias que ocultaban arañas.

“Esta deserción le recuerda su perpetua molicie, su vida transcurrida entre siestas interminables, el ocio abrumado por el calor, la somnolencia aterciopelada de los cuartos penumbrosos, las huidas irregulares hasta la playa, a recordar el mar que no se ve nunca desde Manga” (p.16).

El plato donde comio el presidente Rafael Nuñez, en la vitrina ; y una sensación de ruinas y decrepitud, impregnandolo todo, en esos personajes que huyen del sol para preservar la blancura clasista de su piel. En todo caso, el viaje que emprenderá hacia los Estados Unidos, sin finalidad aparente, solo porque todos lo hacen y tiene dinero para hacerlo, lo alejaran por un tiempo de esas férreas y determinantes raíces. “ Se siente acometido de un súbito espanto por la obsesiva repetición de las cosas” (p.15) dice en algún momento; y esos ritos invariables, ese sacudir el polvo a los mismos objetos sagrados de la rutina - un baldaquino, un espejo - solo parecen haber tenido un momento de ruptura. Cuando Laura, su mujer, ocupo la cama de Laura, su madre, convirtiendose en “ un misterio abierto ante si explorable y terrible” (p.13). “ Laura derramada en los espejos, abierta multiplicada, ocupando la totalidad del espejo” (p.13). Con la aquiescencia de la madre, esta nueva Laura reanudara la estirpe, prolongara la ya dilatada caída : reuniones con las amigas, entre semana ; almuerzo con los padres, el domingo ; y el recurrente ir y venir, entre Manga y el centro; el centro y Bocagrande, que esclarece el titulo de esta segunda novela de Marta Traba : Los laberintos insolados, que publicada en septiembre de 1967, mostraba un cambio decisivo en sus intereses. Nacida en 1928, solo en 1966, al ganar el premio de novela Casa de las Américas, en La Habana con Las ceremonias del verano, había hecho publica la otra faz de su tarea expresiva; ya no la critica de arte, atenta a un objeto exterior, óleo, grabado, escultura, sino atenta a ella misma, al ritmo de su respiración como escritora, que, no lo olvidemos, se inicio en 1951 con un libro de poemas : Historia natural de la alegría.

Ese contrapunto, siempre presente en ella, entre creación y reflexión se materializaría muy pronto en sus planteamientos sobre la escritura, a nivel teórico. En su entrevista con Magdalena García Pinto, en 1983, dirá :

“ Yo no veo esa distancia ni ese enfriamiento en la escritura femenina tipo; por el contrario, es una narración directa, reiterativa, emotiva, mas semejante a la tradición oral que el texto masculino. La escritura masculina es mas especulativa, mas capaz de armar un panorama general que englobe los detalles, mas impúdica en la confesión de realidades humanas, mas sexual ( en la actualidad, claro). La femenina, paralelamente,resulta mas emocional, mejor dotada para ver los detalles que la totalidad, mas púdica (o romántica) para contar la relación amorosa ; prefiere, sin duda, el erotismo a la pornografía”. (p. 346)

Tal el clima que busca recrear en Los laberintos insolados cuando ya en Nueva York el protagonista, llamado Ulises Blanco, conoce en el bar del hotel a Trizzie Baldwin, “treinta años, uno setenta de estatura”, quien decide llamarlo Henry , “precisamente porque es trivial” (p. 26), y hacerlo parte de su vida, en una peripecia un tanto inconvincente. Ella, culta, liberada, conduciendo un Jaguar, y casada con un hombre que le dobla la edad, pasa sus vacaciones en la propia Nueva York, alojada en un hotel y redescubriendo la ciudad que transita todos los días. En ese esquema Ulises-Henry será la figura exótica, de Colombia, África; el niño, un tanto perplejo, que descubre el Central Park y la ansiedad irreprimible de esta nueva relación.
“Desearla, perseguirla, necesitarla, maltratarla hasta liberarse de su dominio o ceder a el por entero, incondicionalmente rendido, claudicante”.(p. 38)

Este descubrimiento, entre las cuatro paredes de un cuarto de hotel en Nueva York, lo que hará, en definitiva, es revelar a los protagonistas. Ulises reconocerá su fidelidad a esos muebles de su casa, al nunca haber podido “ abandonar completamente algo que ha sido mío. Cargo con todo y voy agregando piel sobre piel, hasta que el peso de tantas cosas me fatiga y me lleva a la inercia, al recuerdo” (p.92)

Ahí es cuando Trizzie comprende que su amante sigue atrapado por su infancia, por el recuerdo de su madre, por la casa en sombras, y que ese eclipse que es el amor , “ alucinante y mágico vacío donde el cuerpo levita y no solo pierde al fin el acoso de ser el mismo y también los demás, sino que pierde su propio peso, se vuelve errático y deja de supeditarse, de ser doblegado y violentado por las cosas”, le permite también a ella mirar de frente esa futura pérdida y enfrentar su propio vacío. Ella es Circe, la hechicera que reduce a cerdos los caídos en sus redes, pero que también llora por ser como es. A partir de esa mutua indefensión se encuentran por fin unidos :

“ entonces con un amor furioso trato de borrar en ella ese error de naufrago que también se apoderaba de el ante sus lagrimas y se amaron con igual ferocidad por abatir el indefinido, pavoroso oleaje, que los sacara de ese fondo sin vida a que habían llegado, que los eximiera de ese entrevisto exterminio de si mismos” (p. 68)

El amor como destrucción. Como renacida ave fenix de las cenizas de nuestras incompetencias, cobardías y fracasos. Ruinas e indolencias. El amor, que en el éxtasis mayor, prevee su inexorable hundimiento. De ahí que los veinticuatro días que ha vivido con Trizzie, en su periplo de Ulises tropical descubriendose a si mismo, concluyan de golpe, abandonado en Nueva York y descendiendo a los infiernos “ hasta que la posesión volvió a retomar su aspecto secular de carnicería sublime, de total autodestrucción” (p. 80). El bar L. , el saxofonista negro, la sordidez de la covacha donde este mal vive, y la intuición de la relación perversa de esa blanca con aquel negro.

. Todas las relaciones resultaban trágicas como lo señalo María Zambrano : “ Nadie entra en la nueva vida sin pasar por una noche oscura, sin descender a los infiernos según reza el viejo mito, sin haber habitado alguna sepultura” y al el solo le quedaba la fuga perenne. El huir a Francia dejando atrás esa Circe en pos de una paciente Penelope, con todo el peso a las espaldas de las cartas anodinas con que su mujer no le deja olvidar asuntos terrestres de restauración, decoración y cambios de mobiliaria. Como le había preguntado Trizzie una vez escucho tales banalidades: “- Tu amas esos muebles?-” (p. 57)

La estadía en Francia, su encuentro con una joven colombiana que reside allí, Elena, y los paseos turísticos que emprenden juntos, a Versalles o Chartres, acentúan aun mas lo irreal de este viaje, de esta odisea de bolsillo. El encuentro no se da, ella continuara tejiendo escarpines, para el hijo de su matrimonio con un francés (ya lleva mil trescientos pares) y Ulises parece convertirse en un intelectual, leyendo el Retrato del artista adolescente de James Joyce, ademas de su conocimiento de la historia del arte, que atribuye a mirar álbumes de reproducciones, en su soledad de niño único en casa grande, pero que en realidad corresponden a la autora misma, debatiendose con una materia narrativa cada vez mas exigua. Este pasivo antihéroe no tiene el peso de los marginados personajes de Samuel Beckett. Pero esta fuga, este viaje a una Itaca imprecisa, da nulos resultados.

“ Había algo de irremediablemente mezquino en ese recorte de la vida, recorte voluntario aspirando a una tranquilidad ficticia, hecha de ínfimas traiciones, de infracciones sin importancia “ (P. 125)
Se comprende entonces como alguien fragmentado, parcial, incapaz de asumirse como totalidad; y en cierto modo excluido de todo contacto real, como se comprueba luego en el crucero por el Mediterráneo, de cuarenta y dos personas rumbo a Grecia, donde solo el dialogo de un niño que se siente capitán de barco y dirige las imaginarias maniobras, le restituyen su fascinación por el océano y sus sueños de infancia. “ Entiende que el misterio reside en que todo lo que le rodea excede siempre su posibilidad de comprensión”. (p. 134)

La casa y el viaje. La fuga y el arraigo; entre esas polaridades fluye la novela y se trasluce el carácter del personaje. Ulises Blanco, 34 años, nativo de Cartagena y de profesión rentista. Como dijo Victoria Verlinchak en su biografía : Marta Traba, una terquedad furibunda ( Buenos Aires, 2001):

“ Los desplazamientos geográficos acompañan el mas importante itinerario interior del personaje, que transita una asfixiante realidad y ansia huir de ella. El pesado recuerdo de su infancia, un presente incierto, pero deseoso de liberación, y un regreso sin gloria dan cuenta de este viaje de introspección psicológica” (P. 181).

Esta “ fuga anhelante de si mismo” (p. 135), hace que Ulises vuelva a Itaca, despierte a su hijo Telemaco y recobre a su mujer, después de “ haber recorrido el dolor lacerante de ser libre” (p. 168). Allí esta la solida mole de piedra y sombra del castillo de San Felipe, la modernización, en plástico y metal, de la vieja mansión ; las sirvientas negras, y ese personaje disuelto, “al cual ha desamado pieza a pieza” (p. 170). El final es igual al comienzo, en un circulo que se cierra. Solo que al pensar en el pórtico donde empezó todo sabe que este escenario antiguo había sido apenas el marco “ para alguna tragedia que no había encontrado un héroe capaz de representarla” (p. 173).

Dedicada a Juan Rulfo y Alejo Carpentier la novela había buscado armar una estructura de sentido que, con los referentes clásicos de la Odisea de Homero y el Ulises de Joyce, diera sentido a esas existencias crepusculares, presas de una borrosa tradición, ya desfalleciente. Por ello la renovada luz pondrá cada cosa en su sitio, aclarando función, nombre y destino. Mostrando las tensiones de clase yraza con los negros que habitan la casa del fondo y cumplen tareas domesticas en esta mansion resquebrajada.

Con su bella capacidad descriptiva, en tonos y atmósferas, en cambios de animo, en punzante agudeza poética, superaba lo esquemático de algunos planteamientos de indole existencial, con esta saldo valido :

“el había traicionado la penumbra y la quietud, había traspuesto los limites de la vida y detrás había hallado cosas espléndidas y terribles, de las que ya nunca podria deshacerse”. (p. 159).

II

Años mas tarde, en 1985, en un libro titulado La sartén por el mango, Marta Traba aporta una reflexión sobre la escritura femenina. Allí sitúa el trabajo del escritor como algo que se da en un mundo “ sin ninguna unidad y coherencia”, un caos vivido, al cual este le otorga un sentido : al pensarlo le da coherencia, lo enmarca en un sistema, por mas que este sistema - el texto de la novela - muestre la incoherencia del mundo. Es entonces la técnica, mas convincente cuanto mas autónoma, el microcosmos que nos permite comprender, evaluar, sentir el ancho y desorganizado cosmos que nos rodea. En el cual vivimos, ahogados; y sobre el cual carecemos de distancia, para asumirlo, y comprenderlo. Son entonces esos personajes - el correlato objetivo, de que hablada Eliot - los intermediarios que nos permiten viualizar pasiones, torpezas, éxtasis y caidas inexpresables de otro modo. Resume, entonces, en cinco puntos lo que ella denomina “Hipótesis sobre una escritura diferente” :

1) Los textos femeninos encadenan los hechos sin preocuparse por conducirlos a un nivel simbólico. (2) Se interesan preferentemente por una explicación y no por una interpretación del universo. Explicación que esclarece, en primer lugar al autor, haciendole nítido lo confuso. (3) Se produce una continua intromisión de la esfera de la realidad en el plano de las ficciones, lo cual tiende a empobrecer o a eliminar la metáfora y acorta notablemente la distancia entre significante y significado. (4) Se subraya permanentemente el detalle, como pasa en el relato popular, lo cual dificulta bastante la construcción del símbolo (5) Se establecen parentescos, seguramente instintivos, con las estructuras propias de la oralidad, como repeticiones, remates precisos al final del texto, cortes aclaratorios en las historias.

Luego de mencionar algunas autoras que había estudiado en la Universidad de Maryland (las brasileñas Ligia Fagundes Telles y Clarice Lispector, la puertorriqueña Rosario Ferre, las argentinas Elvira Orphee, Alicia Steimberg y Liliana Heker, las mexicanas Rosario Castellanos y Elena Poniatowska, sobre cuyo libro Fuerte es el silencio había escrito una reseña en 1980) concluye al afirmar la posibilidad de “otro discurso, otro discurso paralelo a la vida en cambio de serle divergente, donde el testimonio y la experiencia no se enfriaran en una estructura que era el material, sino que se acumularan en una suma irrevocablemente mezclada con el material vivido”.

Así los textos estudiados, mas los de Doris Lessing, Jean Rhys, Flannery O’ Connor o Carson Mc Culler, resultaban distantes de las “ estructuras abstractas” como próximos “ a ritos, convocatorias, profecías, miedos, violencias”. Para concluir:

“ Esto confiere al nuevo discurso, al otro discurso, al discurso femenino, una alta emotividad, emotividad que a su vez reposa mucho menos en la invención que en la memoria”.

Memoria sobre la cual cualve en las dos ultimas novelas suyas : Conversación al sur ( 1981) y En cualquier lugar (1984) . pero a lo que ahora quisiéramos referirnos, en primer lugar, es a la memoria en la tradición en Latinoamérica escrita por mujeres, en la generación anterior a la suya que abarca autoras como la chilena María Luisa Bombal (1910), la argentina Silvina Bullrich (1915) y la mexicana Elena Garro (1920). Los recuerdos del porvenir (1963) de la ultima, y La amortajada (1938) de la primera, nos certifican sobre la calidad indudable de estas indagaciones, tratese de la individualidad intransferible de una muerta; tratese de la memoria colectiva de un pueblo, Ixtepec, en épocas de revolución. Por su parte Silvina Bullrich dirá en un ensayo de 1956, “La mujer en la novela femenina”, lo siguiente :

“ La novela femenina actual es como una antorcha que las mujeres de distintas edades y distintos países se van pasando la una a la otra al mismo tiempo que se murmuran al oído el gran secreto de la sinceridad. Hasta ahora, según las convenciones sociales y literarias, el hombre era el rey del mundo ; la mujer temblaba al oír su paso y temía que hiciera peligrar su virtud. La mujer se aburrió de ese hermoso cuento de hadas y con un brusco pase de prestidigitador se las arreglo para que aquel que creía forzar las puertas las encontrara abiertas y se sintiera menos seguro al volver a cerrarlas tras si”. Un paso adelante en tal sentido lo dan las diversas ficciones que Marta Traba imagino. (1)

1) La novela Los laberintos insolados fue publicada por Seix -Barral / Nueva Narrativa Hispanica en Barcelona, 1967, de donde provienen todas las citas.
El interes por el trabajo de Marta Traba como critica de arte se ha incrementado en los ultimos tiempos, con varios trabajos, no asi sobre su narrativa. En todo caso es de interes el volumen colectivo coordinado por Ana Pizarro : Las grietas del proceso civilizatorio : Marta Traba en los sesenta. Santiago, Lom Ediciones, 2002 (127 pgs.)

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