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Mírate con ojos de laberinto

por: Juan Gustavo Cobo Borda

Sin duda, podrás evocar laberintos ilustres. Repasar “La casa de Asterion” o “Las ruinas circulares” de Borges. O “Los reyes”, el dialogo teatral del primer Julio Cortazar. Pero ya no necesitas apelar a la dudosa erudición. Ni ver, en la memoria, la imagen de una película donde Alicia se interna en los setos siguiendo en vano al veloz, al lento conejo blanco,. Al final aparecerá inexorable la reina de corazones, repitiendo : “¡que le corten la cabeza! 2. Si, tu laberinto es el tiempo. El mismo que lleva a los pintores a recobrar el rostro de su infancia, el mismo que obliga a los poetas a ponerse la mascara final de la imagen de su padre.

Salimos al viaje, fatigamos la aventura, dormimos en el ronquido del mar, en la tersa piel de los muslos de las sirenas. Y, al final, recobrado el hilo de la errancia, estamos en el cuarto del comienzo. En la biblioteca donde se nos habla de Ulises y Colon, del sueño que termina en cadenas, o del hogar donde un perro es el único vibrante hocico que nos reconoce. Sigue tu rastro, tu propio rastro ; despierta, en el olfato, el sentido que te guiara hacia el primer perfume, hacia el ansia del niño invocando, con desespero, el beso de la madre, antes de dormir, y allí surgirá, indestructible, el laberinto de A la búsqueda del tiempo perdido y el asmatico chantaje del así apellidado Marcel Proust.

Al comienzo, o al final, todos somos Minotauro, ansiosos de que nos encuentren en la cárcel de espejos, delirantes para que el hilo de amor desemboque, ya en la senectud, en el primer rostro amado, en la cabellera roja ardiendo de deseo, en las desdibujadas mejillas, quemadas por el viento salobre de la inalcanzable lejanía. ¿Es circular el laberinto, se muerde la cola como el Uroboros, o es tan solo la pesadilla horizontal de contar uno a uno los granos del desierto, las kafkianas horas que aguardamos, ante la puerta del Castillo, que estas se nos abran, por fin. Al final, el fatigado portero, nos reconvendrá con ternura “pero si siempre estuvieron abiertas, para ti”. Así los que vuelven a leer la Biblia, a descifrar en vano la Cábala, a perder la vista, como Germán Arciniegas, preguntandome : “porque, Cobo, salió mal la cosa, si Colombia parecía una utopia tan factible?”. Y esto, a los 99 años, queriendo rozar las inalcanzables orillas del segundo milenio.

Que fatiga, en definitiva, la de todos los laberintos, pero que incitación también para que las piedras de Creta, bajo el sol inexorable, pinten de vivos colores los muros que insensiblemente se curvan. Que sin apenas percibirlo vuelven sobre si mismos, se anudan en el salto e la gimnasta desnuda sobre la testuz del toro, mantienen intacto el poder conturbador del color y la linea, Cuernos que embisten y pies que danzan. La muerte y la vida. Por ello conviene perderse, entre las circunvoluciones del cerebro, para ver, sobre el mundo, el rostro original de una belleza que jamas desfallece. Ansia gratuita, despojo de la muy larga batalla, al comienzo, o al final, de la perpleja búsqueda, hay tan solo el umbral, la oscuridad que incita, la voz arcaica que todas las noches, todas las albas, nos repite : “Ven, no temas, ingresa a este parque de diversiones, a este cementerio de mármoles blancos, a esta sucesión de espectros convertidos en ceniza, y ya sin nada mirate en el muy largo laberinto que has edificado, que has derruido, con tu vida”.

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