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Más que un año para Don Quijote


Juan Gustavo Cobo Borda


Si el 2004 fue para Neruda, el 2005 fue propiedad exclusiva de Don Quijote.

Pero quizás un solo año no alcance para releer el inagotable libro sino todos los otros libros aparecidos en torno suyo. Allí están el del novelista mexicano Fernando del Paso y el del escritor español Andrés Trapiello. El del investigador argentino en el siglo de oro Federico Jeanmaire, Una lectura del Quijote (Seix-Barral, 2004).

Y las referencias canónicas, trátese de Ortega y Gasset y sus Meditaciones del Quijote y Miguel de Unamuno y su Vida de Don Quijote y Sancho, sin olvidar, claro está, ni a Américo Castro, ni a Azorín, ni la divertida actualización novelesca, por tierras de Castilla, y en carro, de Graham Greene y su Monseñor Don Quijote. Más la edición de la Real Academia, con sus lúcidos prólogos de Francisco Ayala y Mario Vargas Llosa.?

He preferido, en consecuencia, escarbar aquí y allá, en otros curiosos lectores de Don Quijote, comenzando por el poeta alemán Enrique Heine, quien lo leyó en 1837 y señaló con agudeza ?el abstracto Rocinante de Don Quijote y el asno positivo de Sancho Panza?, mostrando cómo ?al introducir en la novela caballeresca, mezclándose escenas de la vida popular, la fiel descripción de las clases bajas fundó la novela moderna?.

Y cómo, más allá del monólogo, el epistolario o el diario íntimo, para dar a conocer lo que siente o piensa el héroe, ?Cervantes está en libertad de entablar por doquier el diálogo natural?. Al ser los diálogos de Don Quijote y Sancho, en alguna forma, parodias uno del otro, revelan con nitidez los designios del autor.

Otro alemán, en 1934, viaja en barco de Europa a Norteamérica, huyendo de la sombra nazi. Lleva un solo libro: El Quijote, que nunca ha leído bien, y en los 10 días que dura atravesar el atlántico, descubrirá su Quijote. Una obra que Cervantes, por azar y por genio, vio crecer delante suyo, yendo más allá de ?la comicidad de la locura vapuleada y la glotonería rústica?. Thomas Mann, pues de él se trata, como novelista que era, se adentra en la armazón del Quijote, y advierte ?la melancolía y hondura humana? del personaje. Y este gran logro se acrecienta precisamente al ser Cervantes un cristiano y un súbdito fiel de un imperio, sometido no solo al gusto y los poderes de la época, Inquisición incluida, sino que más allá de la implícita censura que todo ello determina, ?logra ser libre en su poesía y en su sensibilidad, permaneciendo crítico y humano y trascendente más allá de su tiempo?.

Otros aciertos tiene la lectura de Mann, al mostrar cómo los héroes cervantinos son personajes que se leen a sí mismos, que se saben escritos, ?viviendo, por así decirlo, de la fama de su fama, o sea de su celebridad previamente contada?.

Lo cual bien puede estar en el origen de la celebérrima observación de Borges, en 1952, en sus ?magias parciales del Quijote?: ?¿Por qué nos inquieta que Don Quijote sea lector del Quijote y Hamlet espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios?.

Dos mujeres españolas, por su parte, leyeron también el Quijote con sensibilidad e inteligencia plástica. La primera, María Zambrano, en su libro España, sueño y verdad (Siruela, 1994), se pregunta: ?¿Qué significa que nuestra tragedia sea una novela??. Así Cervantes, autor a la vez ?sereno y enigmático?, nos otorga ?conciencia y piedad?, pues logra que un héroe sufra la máxima de las penitencias: ?servir de burla?. Aniquilado en vida, su destino no ha sido falsificado. Por su parte, María Teresa León reconoce en el Quijote una palabra que bien puede aplicarse a Cervantes: ?jovial?. ?Se va volviendo jovial al envejecer, cuando alcanza la juventud de reírse de la sociedad que lo rodea?. Un bello final, para comenzar a leer de nuevo El Quijote.



Juan Gustavo Cobo Borda

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