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Pablo Neruda, apenas cien años


Juan Gustavo Cobo Borda


Primero era el huérfano a quien una nodriza dio su leche. Luego el hijo del ferroviario quien se internaba con el tren nocturno entre la lluvia y los bosques, en un Chile húmedo donde aún subsistía el coraje de los indios araucanos contra el invasor español. Después el adolescente que buscó a Gabriela Mistral para leerle sus versos y recibir de parte suya las obras de los novelistas rusos.

Ya se debatía entre dos mujeres repartiendo salomónicamente veinte poemas y una canción desesperada: una hecha de pinos y escarabajos. Otra de boina y crepúsculos de Santiago. Allí estudiaría francés no para ser maestro, como se pensaba, sino para leer a Víctor Hugo y Baudelaire.

?Sí, era el oscuro provinciano, el fúnebre bohemio, crucificado de preguntas trascendentales e ímpetus anarquistas, con sombrero de ala ancha y capa de murciélago. Arrastraba libros y pobreza por las tabernas amarillentas de esa ciudad ajena que pronto conquistaría verso a verso.

?Pero él ya vencido por la poesía también tenía arrojo: se fue a Java, a Ceilán, a Birmania. Calló cinco años, en inglés y francés. En mujeres que lloraban sobre sus empolvados zapatos blancos de cónsul en el trópico y luego buscaban apuñalarlo.?

Con sus Residencias bajo el brazo volvería a España donde lo aguardaban la risa, el dislate y la zarabanda. También la muerte, al fusilar a Federico García Lorca y encarcelar a Miguel Hernández, preso en la cárcel del sermón y la intolerancia.?

El impráctico, el perezoso, que siempre dormía la siesta, llenó él solo todo un barco de buenos españoles, exiliados republicanos ?un filósofo y un talabartero, un músico y un peón de campo? y ya en su Chile de cobre, salitre y nitrato, de recios vinos, mariscos y desiertos lunares, salió elegido senador por las provincias del norte y se hizo miembro muy riguroso del partido comunista hasta su muerte.?

Se volvió luchador y prófugo. La traición de Gonzáles Videla lo obligó a ponerse barba y refugiarse en la clandestinidad de su pueblo, llevándolo incluso a renegar de su pasado, nupcial y metafísico. Ahora era un carpintero del verso quien le cantaba a José Stalin, padrecito de la nueva Rusia, y satirizaba a Laureano Gómez. Expulsado de Francia, en Capri un amor adúltero lo transformó en capitán clandestino de la pasión poética y ese cuerpo húmedo y fragante que abrazaba era como ceñir toda la cintura de América. Ahí levantó su Canto general tan poblado de mineros como de mariposas, de sátrapas como de héroes anónimos a quienes dio rostro. Buscó ser útil y práctico y sus invectivas no eran menos buenas que sus alabanzas: unos tercetos bien podían acabar con Somoza (como más tarde con Nixon), como con poetas de tercera como Roberto Fernández Retamar o Juan Larrea. Sabía de su fuerza delicada. Del poder de su voz dormida.

?Se prodigó en exceso pero también tenía dentro suyo un niño que coleccionaba cromos y juguetes: mascarones de proa, botellas de vidrio, dientes de narval, caracoles y ágatas, ediciones de Eugenio Sue y cartas de la hermana de Rimbaud. Omnívoro y cacharrero, en el vasto diccionario del mundo de todas las especies fueron censadas por sus Odas elementales. Siempre enamorado, incluso de una parienta de su mujer, aceptó ser candidato a la Presidencia solo para unir a la izquierda con sus discursos en verso y ver a su amigo, Salvador Allende, instalado en La Moneda.?

Volvió a París, ahora como embajador, y se preocupó por renegociar la deuda externa y defender la nacionalización de sus riquezas naturales, mientras la próstata y la uretra se le resquebrajaban aún más, zarandeado por las fiestas del Nobel (1971).?

Volvió preocupado y caviloso a Isla Negra, pues ya sabía demasiado de las fuerzas en pugna, las tensiones políticas y la inercia aplastante del pasado. Contempló, es cierto, piedras y pájaros e izó la bandera de la poesía mientras torturaban en los estadios. Padeció, también, la revelación de un Stalin asesino de pueblos enteros.?

El mar acompañó siempre el poderío de su voz y 12 días después del bombardeo de La Moneda cae tronchado, el 23 de septiembre de 1973.

?Desde un cielo material donde aún huele a las muchachas, abre las puertas y dispone la mesa para el banquete inagotable de su poesía. Allí nos aguarda, recio y afable. Solo han pasado 100 años desde el 12 de julio de 1904 y Neruda nace cada día, pletórico de hojas verdes arrancadas a sus cuadernos de escolar rebelde. Basta abrir cualquiera de sus libros, en cualquiera de sus páginas, para saborear el milagro: no quedarán defraudados.


Los versos del Capitán

?Pablo Neruda?

Seix-Barral




Juan Gustavo Cobo Borda

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