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Tic


Juan Gustavo Cobo Borda


Si logramos superar dos inverosimilitudes básicas, y bastante trajinadas: el que amanece convertido en otro, el que tiene un hermano gemelo que cumple sus actos, podremos disfrutar esta novela de Ricardo Silva Romero (1975) donde un secundario personaje, Sebastián Bernal, mezquino abogado bogotano, se transforma en Gabriel Castillo, un desvelado pediatra también bogotano, a quien todos parecen querer.

Tiene un hermano gemelo, empresario de pompas fúnebres.


El amor de Castillo por Luisa, la mujer de Bernal, late al fondo, pero lo que vivifica esta prosa es la energía que emana de las calles bogotanas mismas, con sus filósofos taxistas y sus asesinos incomprensibles. Con toda la rastrera sordidez con que este abogado se hace rico y este pediatra se vuelve casi santo, trastrocados sus cuerpos.


La vida de clase media y pobretona decencia del pediatra parece contrastar con el arribismo destemplado del abogado, pero las dobleces morales del uno y los deseos insatisfechos del otro terminan por enmarcar un colorido fresco de la ciudad, desde Chapinero hasta el parque de la 93 y algunas pocas cuadras más.


Hay sátira social, buen pulso para ciertos escenarios -una reunión de alcohólicos anónimos, un médium tan de moda como apócrifo, un cura del todo inverosímil. Y, en definitiva, todo un vetusto mundo de prejuicios clasistas, amantes más estables que esposas, y deseos congelados, que parecen caer ante la mirada, solo en blanco y negro, que ahora tiene Bernal.


Preso en otro cuerpo, lo siente deshacerse, víctima de un tumor, y a medida que se cosifica, percibe en verdad el latido indiferente de una ciudad que más allá de amores, infancia y asaltos, los devora a todos en su deglutir impasible.


Como lo dice Romero: "Él la veía sin colores, pero a Bogotá la tenía sin cuidado: quería dinero, quería impuestos, quería tragarse a los transeúntes y quedarse dormida por la noche".


Ante este Leviatán ni Rilke, ni Thomas Mann, ni mucho menos las múltiples alusiones al cine, salvarán a estos vejetes de cincuenta años. Las adolescentes implacables que dicen adorar sus tics y el guiño de sus cejas, le devolverán su auténtico cuerpo: el vacío cuerpo de estos pusilánimes sin alma. Verídicos trasuntos, en esta lograda ficción, de la ciudad indetenible e impetuosa que los parió y para siempre los olvidó.


Preso en otro cuerpo, y a medida que se cosifica, percibe el latido indiferente de una ciudad que más allá de amores, infancia y asaltos, los devora a todos en su deglutir impasible.

Tic


Ricardo Silva Romero


Seix Barral



Juan Gustavo Cobo Borda

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