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Arciniegas, siempre Arciniegas


Juan Gustavo Cobo Borda


Se trata, sin lugar a dudas, de un título harto elocuente acerca de sus propósitos historiográficos: ¿Qué brindó América a Europa además de maíz, tomate, tabaco, cacao y papa? El catálogo que termina por establecer Germán Arciniegas (1990-1999) es tan revelador como fascinante. Arranca de Tomás Moro, Copérnico y Galileo y termina por involucrar toda la cultura occidental, en un giro radical. Allí donde el oro da paso a la botánica.

Y los arcabuces a la quina, el caucho y el curare. Pero no sólo los productos naturales, las socorridas "especies", motivaron el descubrimiento. También las ciencias y las ideas contribuyeron y experimentaron modificaciones radicales. Lo dice de modo enfático:  "Con América se inicia el mundo moderno y el progreso de la ciencia. Lo mismo en el campo de la filosofía. Por América, Europa alcanza su nueva dimensión, sale de las tinieblas".

?Ese censo de influjos americanos en Europa impregna todos los órdenes. Montaigne y los tres indígenas guardianes que conoció en Ruán, Linneo y Humboldt que sin la naturaleza americana verían menguado su aporte, Jefferson, Franklin y Paine y su incidencia en la revolución francesa. Miranda y su nombre inscrito en el Arco del Triunfo en París. Esa sensación de que algo nuevo, fresco y enérgico comenzaba y dejaba atrás lastres ancestrales. Lo expresó Goethe al dirigirse en estos términos a América: "a ti no te estorban / en el tiempo presente /  recuerdos inútiles / ni luchas estériles / ¡Feliz, disfruta tu momento!".

?Esta pesquisa se extiende por toda la geografía europea y recalca, en las Cortes de Cádiz, el papel decisivo de un peruano como Pablo de Olavide y un quiteño como José María Lequerica.?

La semilla de la libertad americana contribuye a liberar a España de sus propias cadenas. "[Lequerica] hizo las defensas más afirmativas de la libertad de prensa y expresión, de la igualdad de los hombres sin distinción de razas, fue el vocero más elocuente contra la Inquisición hasta lograr que las Cortes suspendieran ese tribunal" (p. 161).?América, tierra de la libertad democrática, cuestiona el derecho divino de reyes y emperadores a ejercer su dominio absoluto. La reina de España, la reina de Inglaterra y el emperador de Francia vieron cómo un indígena mexicano, al mandar a fusilar al emperador Maximiliano, rubrica con sangre una premisa fundamental: "El respeto al derecho ajeno es la paz". Una libre determinación de su destino, lejos de la coacción de los cañones.

?Esa independencia física y mental es en realidad el postulado central de la tarea de Arciniegas, en este su último libro. Un encantador breviario que debía ser texto en todas las escuelas del país. Combina erudición científica con gracia anecdótica y nos impide perder la memoria acerca de nuestra necesaria raíz americana. Aquella singularidad que lleva al Padre Acosta a refutar a Aristóteles y a Víctor Hugo a solidarizarse con México, no en contra de la Francia que le respalda sino de un imperio que también él detesta y lo ha condenado al exilio. América, donde Garibaldi aprendió a ser revolucionario, para terminar unificando a Italia.?

América, ese otro mundo, es: "la que determina el cambio de la geografía, de la cosmografía, la ciencia experimental, la filosofía cartesiana, las nuevas expansiones de la Iglesia, los cambios en la alimentación, el ensanche de horizontes" (p. 272).?

Esta bien que un americano como Arciniegas, incluso después de muerto, nos siga recordando estas elementales e imprescindibles lecciones.

Arciniegas combina erudición científica con gracia anecdótica y nos impide perder la memoria acerca de nuestra necesaria raíz americana







Juan Gustavo Cobo Borda

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