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La actualidad de la historia


Juan Gustavo Cobo Borda


"Vuestra Señoría sabe que ningún imperio, por grande que haya sido, ha podido sustentar largo tiempo muchas guerras juntas en diferentes partes". Así escribía un diplomático español, en tiempos de Felipe II. Ese imperio que empezaba en Madrid, seguía por México, Manila, Macao y Malaca hasta la India, Mozambique y Angola, para volver a Madrid. Ese imperio, como tantos, también sucumbió.

Su extensión, la diversidad de sus súbditos, y la política de imperialismo matrimonial de la dinastía, su uso sistemático de la endogamia, bien podían explicar su caída. Por ello, ni la conquista de Inglaterra ni la eliminación de la revuelta holandesa, habrían conseguido mejorar el fondo genético de los Habsburgo. Pero este libro revelador muestra cómo los imperios pueden caer por causas menos previsibles. Cuando Felipe II construye el Escorial para conmemorar su victoria sobre los franceses gasta en ello siete millones de escudos, casi tanto como la Armada española y más que el ingreso anual del Tesoro. ¿Y que albergó allí? Nada menos que 7.422 reliquias de santos, que incluían 12 cadáveres completos, 144 cabezas enteras y 306 extremidades íntegras de varios santos. Pero la historia no sólo cambia por estos fémures y estas calaveras. El viento bien puede contribuir al derrumbe. Así fue con la armada invencible -130 barcos, 25.000 hombres-, pero no en el caso de Guillermo III de Orange, quien desde Holanda enrumbó 500 naves y 40.000 hombres también contra  Inglaterra. "El viento protestante" lo favoreció en sus designios. Pero este libro erudito, y exhaustivo en su bibliografía, no es sólo, como vemos por estos ejemplos, un libro sugestivo y deleitable. Es también un libro de una actualidad pasmosa. Su capítulo VI, sobre las "Leyes de la guerra a comienzos de la era moderna en Europa" nos concierne de modo directo.

?"La atrocidad no compensa". El uso selectivo de la brutalidad, trátese del Duque de Alba en los Países bajos, Oliverio Cromwell en Irlanda o Karadzic en Bosnia llevó al éxito a corto plazo, pero a largo plazo fue un desastre. La historia todavía tiene algo que decirnos.


Un jesuita en China
Hacia 1601 había en China 17 sacerdotes jesuitas y las conversiones al cristianismo ascendían a 150 al año. Pero la serena indiferencia de China hacia todo lo extranjero hace aún más conmovedora esta biografía única. La de un hombre que aceptaba como norma entre seis y siete años para recibir respuesta a una carta enviada, sea a su familia en Italia, o a sus superiores en Roma. Matteo Ricci al ejercitar la memoria mediante palacios imaginarios que le permitían colocar en cada lugar del mismo temas específicos, pudo así aprender los infinitos caracteres de la escritura china, dominar el idioma y sorprender, desde mandarines hasta gente común, con su compenetración con los usos y costumbres de la China, en la época de la dinastía Ming. Hacía mucho tiempo no leía un libro tan original sobre cómo culturas antagónicas y remotas se fecundan a través de las imágenes. Y cómo las historias bíblicas, en la adaptación que Ricci hacía de ellas al imaginario chino, se vuelven poderoso instrumento persuasivo. Pero el libro no es sólo sobre la China y este puñado de solitarios misioneros. Es también sobre la Europa que los formó, en la fe y en la teología, en la Contrarreforma y en la política, en la cotidianeidad de su vida familiar, y en esos valores que ahora, solos en lo desconocido, deben confrontar con el budismo o el confusionismo. Una lección sutil y elegante, de imprescindible lectura, para entender, entonces como ahora, que el mundo no es uno, sino que alberga diversos credos y razas. Memorias distintas y convicciones opuestas. Pero que todas ellas pueden convivir en el espacio mental del diálogo, aun sin saber a cabalidad las lenguas que en tantos casos incomunican sin remedio. Con sus prismas y sus libros ilustrados Matteo Ricci logra el milagro. Esa historia remotísima también tiene algo que decirnos hoy día.







Juan Gustavo Cobo Borda

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