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CARLOS FUENTES (1928-2012)

Juan Gustavo Cobo Borda

Como hijo de diplomático, Carlos Fuentes era cosmopolita, mundano y hablaba un perfecto inglés. Su iniciación sexual se dio en Buenos Aires, con una vecina refinada, y recordaría los cines de la calle Lavalle y las actrices emblemáticas de entonces, como Libertad Lamarque. También reflexionaría sobre Borges y Perón.

Pero este mexicano integral se casaría con una actriz de su país, Rita Macedo, y volvería autobiográfica ficción otra relación cinematográfica. Con Jean Seberg. La novela se llamaría 'Diana o la cazadora solitaria' (1994).

Pero estas pasiones por el séptimo arte no lo desviaban de su obsesiva vocación: la de narrar México, la de escribir con furia y exceso sobre cuerpos, países y conflictos. Mal contados, tengo aquí delante por lo menos cuarenta libros suyos en los que conviven cuento y novela, ensayo político y ensayo literario, obras de teatro y guiones en compañía, por ejemplo, de Gabriel García Márquez sobre textos de Juan Rulfo. Aproximaciones a la pintura, 'Viendo visiones', donde nos habla de Piero della Francesca, Velásquez y Fernando Botero, y panfletos virulentos como aquel contra George Bush. Sin olvidar la agilidad del periodista que cubrió en Praga, México y París las revueltas del año 1968.

Era ambicioso y competitivo, pero era también de una generosidad inabarcable. Cuando en 1969 Fuentes publica La nueva novela Latinoamericana, Borges y Carpentier, Vargas Llosa y Cortazar aparecen juntos por primera vez, relacionados con brillante ingenio.

En su último libro, titulado 'La gran novela latinoamericana' (Alfaguara, 2011), los que vinieron cronológicamente después de él reciben una lectura comprensiva y profunda, trátese de Nélida Piñón o Sergio Ramírez, trátese de Jorge Volpi o Juan Gabriel Vásquez. Al final del libro este párrafo resulta revelador: "Cuando yo nací, en 1928, la Ciudad de México no llegaba al millón de habitantes. Cuando publiqué mi primera novela, 'La región más transparente', en 1958, había llegado a los cinco millones. Cuando Juan Villoro publicó 'El testigo', en 2005, el número de citadinos había rebasado los veinte millones. Digo esto porque, en cierto modo, yo contaba con una Ciudad de México más ceñida, abarcable en sus extremos, aunque nunca en sus honduras".

El primer principio

'La región más transparente': el título, tomado de una cita de Alfonso Reyes en su Visión de Anáhuac, hace alusión a la deslumbrada mirada con que los conquistadores españoles encontraron una civilización como la azteca, tan rica y compleja como las que ellos habían dejado al otro lado del mar. Con sus guerreros y sus poetas, sus astrónomos y sus emperadores, con sus pirámides para los sacrificios humanos y sus riquísimos mercados para alimentar muchos pueblos y muchas razas sometidas a su dominio. Todo ello lo vio bien Octavio Paz cuando escribió: "El centro secreto de la novela es un personaje ambiguo, Ixca Cienfuegos; aunque no participa en la acción, de alguna manera la precipita y es algo casi como la conciencia de la ciudad. Es la otra mitad de México, el pasado enterrado pero vivo. También es una máscara de Fuentes, del mismo modo que México es una máscara de Ixca".

A partir de las reflexiones de Octavio Paz en 'El laberinto de la soledad' (1950), Fuentes se pregunta, novelísticamente, por su país y por sí mismo. Y el hecho determinante, además de ese pasado indígena tan presente, que vio en la figura de Hernán Cortés el cumplimiento de un ciclo ya profetizado, es la Revolución Mexicana. El fin de la dictadura de Porfirio Díaz y la transformación integral de un pueblo, en la lucha por el poder y la tierra, dividiéndose y asesinándose entre facciones burguesas y facciones populares, para ocupar el sillón presidencial, 'La silla del águila' (2003) a la cual dedicaría toda una novela.

Pero si ahora el aire del valle de México se halla contaminado y los ideales han dado paso a los negocios, Fuentes busca, en los años de 1946 a 1952, en que transcurre la novela, durante la presidencia de Miguel Alemán, esclarecer la petrificación de un movimiento, pionero en el mundo, encaminado a reivindicar un campesinado y unos indígenas marginados en la periferia de ese núcleo plagado de tensiones, desde donde se distribuyen contratos y prebendas, tierras baldías y negocios acordes con la inserción de México en el mundo contemporáneo.

Vasto friso, donde los logros de la narrativa norteamericana (casos de Dos Passos y Faulkner) no desdeñan la herencia europea, que Fuentes conoce bien en figuras como Balzac y Stendhal: la ambiciosa energía para usurpar un mundo. Acertó José Miguel Oviedo al describirla como novela sin argumento central, "reemplazándolo por una serie de núcleos temáticos que se superponen o alternan. Estas características del diseño narrativo pueden producir cierta incoherencia o confusión, pero la novela impresiona por su empeño totalizador, su arrebato pasional, su humor a veces macabro y la riqueza desorbitada de sus imágenes, que tienen esa gestualidad barroquizante a la que Fuentes pronto nos acostumbraría".

Desde el exrevolucionario convertido ahora en banquero, Federico Robles, quien dice con fresco cinismo: "La militancia ha de ser breve y la fortuna larga", hasta el bracero que trabajó en Estados Unidos y muere en forma violenta, todo el espectro social es recorrido por la mirada incisiva y crítica de Fuentes, quien también se mira a sí mismo en personajes como el intelectual que indaga en la ontología del ser mexicano y el poeta frustrado que termina en guionista de banalidades.

El fracaso de la revolución para un orden más justo es también el fracaso de las personas que ven cómo su destino se elude en la inautenticidad. Por ello, cuando Fuentes en un disco leyó fragmentos de la novela logró recrear la música y la letra de los diversos personajes, y el riquísimo repertorio que va desde los corridos de la revolución a la poesía que alimenta el fuego de esta novela impura y polifacética. Reflexiva y corporal. Alimentada por el venero de la tragedia, pero también exorcizada en el carnaval promiscuo de la risa y la comedia: "Tuna incandescente. Águila sin alas. Serpiente de estrellas. Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire".

Los otros principios

Quizás uno de los ejes más llamativos de la obra de Fuentes es su capacidad de romper la cortina de nopal de su país, como la denominó el pintor José Luis Cuevas, y dialogar de tú a tú con el mundo y con la historia.

En tal sentido, 'Terra Nostra' (1975) y 'El espejo enterrado' (1992) forman un díptico de novela-ensayo en torno a España, su relación consigo misma y su incidencia en los países conquistados.En su dedicatoria, Fuentes escribió: "Terra Nostra es para Juan Gustavo, con una pléyade de monarcas, bufones, enanos, sacerdotes, conquistadores y demás ciudadanos de la 1era globalidad: La hispánica".

Fuentes sabía muy bien, entre la Inquisición y los herejes, que el primer imperio mundial era el español de Felipe II y cómo por su desmesura estaba condenado a fracasar. Un hombre solo, en un jardín monástico, no podía abarcar el globo terráqueo de Madrid a Filipinas, de Napoles a los Países Bajos. Pero todos los memoriales eran minuciosamente revisados (que si un puesto en las Indias para Miguel de Cervantes) en una morosa cadena burocrática que el rey inauguraba e iba naufragando poco a poco en las aguas letales del archivo, los sellos y las recomendaciones. Con razón, como cuenta Fuentes en 'El espejo enterrado': "Un proverbio corriente en Europa en aquel tiempo expresaba el deseo de que nuestra muerte nos llegase de España, pues en este caso llegaría tarde a la cita".

El hombre que comprendió a México, reflexionó sobre España y en el momento inicial del boom literario dio testimonio de su fraterno apoyo a sus amigos, como Mario Vargas Llosa, era también un creador al que le fascinaba la exploración de los vericuetos secretos y de las posesiones diabólicas, como son dos de sus libros sobre el lado oscuro de los seres: Aura y Vlad; sin olvidar que muchas de sus novelas están tejidas sobre partituras musicales. (Vea una galería con las diez obras inolvidables de Fuentes)

Pero el hombre que unido a la periodista Silvia Lemus, durante tantos años, mantuvo la actitud crítica ante todos los fenómenos políticos de América y del mundo es también el conmovido padre que recuerda las fotos de su hijo fallecido en el libro 'Retratos en el tiempo' (1998), en el cual aparecen figuras como Milán Kundera, Norman Mailer, Arthur Miller, Susan Sontag, William Styron y García Márquez, y que corrobora la capacidad de diálogo y de controversia fecunda que Carlos Fuentes supo irradiar durante toda su vida.

JUAN GUSTAVO COBO BORDA

©2012