María Clara Gómez


El Parque 1982

Quiero extraviarme en esos parques. Quiero estar allí perdiendo el tiempo. Oscilar entre la contemplación y el juego. Recuperar los actos gratuitos de la infancia. Acrecentar el ritmo de la sangre. Vuelvo a deshacer mi rostro en los círculos concéntricos del estanque. Vuelvo a respirar, irresponsable, en la atalaya de los troncos mas frágiles. Tomo en serio la luz de las bardas. Me disperso en las gradaciones de los pastos.
No escribo sobre esta pintura encantada. Aludo apenas a sus imágenes centrales.
Comparto la libertad que ha conquistado. Los imprescindibles actos triviales.
(Niña que se quita los patines y vuela. Pareja ya madura que conversa en silencio. Ancianas parlanchinas, calentando sus arterias frágiles.) Gracias a ella, yo también eludo la vigilancia. Aprendo a caminar por senderos no hollados. Me escondo en escondites transparentes. Leo un libro cuyas letras negras, son a ratos, nubes blancas. Limpios los ojos, escucho risas que se apagan entre la arena y las matas. Me adormezco escuchando el bullicio estático de las hojas. Cuando hace frío, sé precisar el avance de las sombras. Al abandonar el parque quedan allí, flotando, charlas que no tienen porque terminar en algo. Diálogos de amarillo y ocre. Pláticas de verde y marrón. Gris tenue. Por allí ha pasado la pintura, veloz como un pájaro. Niños y ancianos sueñan con sus parques.
Mark Clara Gomez los volvió nuevamente habitables.

Juan Gustavo Cobo Borda