El domingo es para mí un día muy especial, un día lleno de optimismo y fé en la humanidad, un día de recuerdos de infancia, con sol, paseos y familia. El domingo de Pascua es, por así decirlo el domingo de los domingos, estuve en Nueva York y compartí la celebración callejera que ya es tradicional ese día el “Easter Parade”, que me emocionó pues dentro del trajinar neoyorkino sentí el contacto humano puro y simple, la gente se mira, se habla y se desea felices pascuas.
La Quinta Avenida se cierra al trafico desde el Central Park hasta San Patricio la catedral, y a la salida de misa de once empieza el paseo hacia el parque, se unen los que salen de otros servicios religiosos de las diferentes iglesias en la zona, hay músicos que en una y otra esquina arman su escenario, maromeros, magos, “conejos de Pascua”, los que regalan flores y los que regalan dulces.
Hay los que se muestran y se adornan con humor y gracias, o por una profunda soledad, la terrible soledad de la gran ciudad o de la vejez, que buscan con afán un poco de humanidad.
La vanidad femenina se muestra en todas las edades con desparpajo, con pudor o con mucha propiedad, las viejitas que se sientan o recuerdan bellas, las jóvenes bonitas que no les interesa en realidad si lo son o no, las niñitas que miran y absorben todo ese color humano sin entender será la vanidad, que será la belleza, ni que será el eterno femenino.
Y hay los que miran y prontamente atraídos por la magia del momento participan también.
La primavera que por esa época ya reverdece los árboles y puntea con blanco y rosado los cerezos y duraznos trae aire de optimismo, el invierno y los días oscuros ya pasaron y para celebrarlo llegan las flores y las mujeres se las ponen en la cabeza lo harán por instinto, pues ya en la antigüedad saludaban a la primavera con flores en el pelo, que hoy en día convierten en los sombreros de Pascua, sombreros con flores, plumas, cintas, pájaros, mariposas, conejos y huevos de colores, cualquier objeto de adorno que recuerde la primavera y la Pascua.
Los colores, las texturas, las caras de gente de todas las razas y edades se mezclan y se convierten en una emoción de optimismo, sobreponiéndose a sus problemas, a su soledad, a sus temores salen esta mañana de Pascua a este ambiente de carnaval o de circo a buscar un contacto humano.
Es esta emoción la que quiero transmitir a través de mi pintura.
María Clara Gómez
1980