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Pensamiento colombiano del siglo XX
Juan Gustavo Cobo Borda

Desde las luchas de Quintín Lame en Cauca y Tolima, por el reconocimiento legal del cabildo y las autoridades indígenas y sus resguardos hasta las luchas, también, de Virginia Gutiérrez de Pineda en pro de la mujer y la salud y su estudio de los complejos culturales que componen una Colombia menos patriarcal y mas heterogénea este libro reúne veinte trabajos que el Instituto Pensar de la Universidad Javeriana considera base de un proyecto mas amplio. Una historia cultural del pensamiento colombiano, considerado “los dispositivos sociales y culturales que lo producen, mas que como un logro personal de los intelectuales” (p. 100).
Los estudiados son además Antonio García; Camilo Torres, Ernesto Guhl, Gonzalo Arango, Jorge Gaitán Duran, Luis Carlos Galán, Marta Traba, Nicolás Gómez Dávila, José María Vargas Vila, Agustín Nieto Caballero, Baldomero Sanin Cano, Carlos Arturo Torres, Estanislao Zuleta; Gerardo Molina, Ignacio Torres Giraldo, Indalecio Liévano Aguirre, Luis López de Mesa y Rafael María Carrasquilla.
Lo curioso, en primer lugar, es que los nombres incluidos asoman, mas y mejor en las buenas monografías, como seres humanos únicos y personalidades apasionantes en su desvelo por el saber (y el poder) que reflejos apenas de instituciones o procesos. Desde el rector por casi 40 años del Rosario y ministro de instrucción pública en el gobierno de Miguel Antonio Caro (1897), Rafael María Carrasquilla, hasta el líder sindical e historiador Ignacio Torres Giraldo que sin estar presente en la huelga de las bananeras se le acusa y tiene que huir a Moscú donde permanece 50 meses. Paradojas de la historia: los 25 millones de dólares de la indemnización de Panamá darían origen a un renovado sindicalismo de izquierda, claramente anti norteamericano, en los frentes de trabajo que se abrían con esos fondos: ferrocarriles, por ejemplo.
Colombia y el mundo: ¿era posible aclimatar aquí, “pureza tomista, patriotismo republicano e hidalguía hispana”, con un mestizaje que ya había desbordado castas o blancuras con la ley o a la brava?.
¿Y que significar como aporte al estudio del erotismo, luego de Bataille y Octavio Paz, las notas de lectura de Gaitán Duran?. No así sus poemas. Y que trascendencia alcanza Estanislao Zuleta en su “exégesis minuciosa y detallada de los textos de Freíd”. Cuanto fervor y cuanto fracaso. Que entusiasmo y que saldo tan parco.
Gonzalo Arango escandalizo una parroquia insignificante con sus diatribas anticlericales pero su gesto de denuncia no fue capaz de concretar algo mejor.
“No tenia con que”, como recuerda Alberto Aguirre (p. 212). Miseria educativa, arrebato, claudicación y conformismo. A dicho contrapunto Colombia-el mundo, en el intercambio de una sola vía, con su aclimatación tardía de modas, temas y corrientes, se une otro: ¿Qué ha dado Colombia?.
Walter Broderick, en su comprensivo retrato de Camilo Torres, aclara el punto. Fue el primero, luego de la revolución cubana del 59. Sociología, iglesia de los pobres, aventura del Che en Bolivia, muerte en Patiocemente con un tiro en le pecho. Es un mito. “Ha caido en el olvido”. El balance es tajante: “Camilo fue el primer personaje de Colombia reconocido a nivel mundial (después de el, en efecto solo existen dos mas que han alcanzado comparable resonancia universal: uno es escritor, el otro fue un gángster” (p. 103).
Varias brumas o nieblas académicas entorpecen algunos textos con disquisiciones teóricas o peticiones desfasadas: ¿por qué el autor comentado no leyó los libros que esta consultando el redactor? Pero este es otro acierto indirecto del libro: hacer visible no solo nuestro anacrónico desfase sino también el inseguro prurito de estar al día. La frágil insustancialidad de nuevos rótulos, como aquel “de pensar de manera concreta y relevante las realidades vividas de nuestra existencia colonial, poscolonial y neo-colonial” (p. 341).
Volvemos al inicio, al dominio extranjero del virrey Caballero y Góngora versus la conciencia patriótica y colectiva de la revolución comunera que Luis Carlos Galán, en la misma plaza del Socorro, donde fue sacrificado José Antonio Galán, reivindico. O retomamos la sobria acción de apertura con que Gerardo Molina, historiador de las ideas políticas y rector de la Universidad Nacional, nos recordó una base fecunda. “Siempre habrá que reconocer que la filosofía libertaria y justiciera, subyacente en los ideales de los constituyentes americanos y franceses, significo un progreso enorme en la significación de los hombres y se constituye en un articulador de las luchas políticas y sociales de las últimas centurias”. (p. 183). Pero esto solo ya no parece suficiente y el libro lo plantea con urgencia y premura, aunque el pensamiento reclame tiempos más largos. De ahí su valor, diversidad e importancia.
PERDON BORGES. Nadie que haya leído alguna vez a Borges puede atribuirle la falsa barbaridad descomunal de elegir a Gonzalo Arango y además con un lenguaje tan oprobioso y manido como este: “Con Gonzalo Arango la poesía colombiana entra por fin en la etapa de madurez social y de aporte a un pueblo sumergido por la violencia y el analfabetismo” (p. 216). Lo repito: PERDON BORGES.


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