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La lengua y las ciudades
Juan Gustavo Cobo Borda

Adolescente, Gabriel García Márquez leía en el internado de Zipaquirá los cien tomos de la selección Samper Ortiga de literatura colombiana, que este año antologizará Seguros Bolívar en diez volúmenes. Será una muy buena oportunidad no solo para conocer un material significativo en la formación de nuestro mayor escritor, sino para repasar el estado de nuestras letras en aquel remoto 1936 cuando apareció.
En todo caso una relectura de los diez primeros volúmenes, bajo el rubro generoso de “Ensayos”, nos revela puntos de interés. En primer lugar ideológicos, pues abarca de Miguel Antonio Caro (1843-1909) a Armando Solano (1887-1953), como quien dice del mundo de los presidentes gramáticos a la izquierda liberal preocupada por los problemas del campesinado y la raza indígena.
Los presidentes gramáticos serían entonces Caro, Marco Fidel Suárez y José Manuel Marroquín, mas las figuras de Rufino José y Ángel Cuervo. Querían restaurar una tradición a la vez latina y española que creían rota por la independencia, y ponían todo su quehacer intelectual bajo la advocación y guía de la Iglesia. Pero el celebre texto de Caro “Del uso y sus relaciones con el lenguaje”, leído en la Academia Colombiana de la Lengua, su baluarte intelectual, en la Junta inaugural del 6 de agosto de 1881, muestra, en realidad, un acertado planteamiento acerca de aquello que los escritores proponen y el modo como el uso sanciona lo que merece vivir.
Dice Caro:
“quien haya de componer un verdadero poema, limpia el polvo a algunas voces arrumbadas y pondrá en gira otras nuevas que el uso se encargará de popularizar” (p. 46).
Se remontara, como no, a Roma para esclarecer las relaciones entre lo culto y lo popular y después de aplicarle a Horacio un escolio reaccionario: “acabando por hacer lo que de ordinario hacen gustosas las democracias temprano o tarde, acepto un amo”, expresa su conformidad con Andrés Bello. “El arte de hablar correctamente, esto es, conforme al buen uso que es el uso de la gente educada”. Pero siempre subsistirán los ricos manantiales populares nutriendo el vigoroso río de nuestra gran poesía culta: Arcipreste de Hita, Marques de Santillana, Don Jorge Manrique. Lo reconoce Caro con gran claridad:
El verso endecasílabo, que otros no habían acertado a aclimatar, fue en manos de Garcilaso, con los primores y galas que comporta, conquistador de la lírica española, y no sin resistencia, avasallo al popular octosílabo, al modo que el exámetro helénico había humillado en Roma al indígena ritmo saturnino; salvo que en España el genio de la poesía popular torno luego a levantarse y dominar en el teatro, ostentando originalidad al par que extravagancia, moviéndose al copas de los aplausos de una multitud sin letras” (p. 105).
Por su parte Marco Fidel Suárez, también gramático, también presidente, reitera en cierta forma las ideas de Caro sobre una comunidad basada en el idioma, mas allá de distancias y océanos, guerras y fronteras. Dirá:
“Una gran comunidad de pueblos que forman una asociación natural de ochenta millones de almas, no mantenidas por los tratados, sino por vínculos que jamás se quiebran: la raza y las tradiciones en lo pasado; el comercio y las comunicaciones en lo porvenir; la religión y la lengua siempre”(p. 42).
Finalmente Rufino José Cuervo, en “El castellano en América”, retomará la relación entre lo popular y lo culto, son estas apreciaciones:
“en todos los pueblos cultos aparece el idioma nacional en tres formas diferentes: el habla común, de que se vale para el trato diario la gente bien educada; el habla literaria, que tiene por base el habla común de la cual es la forma artística y en cierto modo ideal, y el habla del vulgo que reputamos como grosera y chabacana” (p. 28).
Solo que como Cuervo lo reconoce esa habla vulgar no solo se mantiene mucho menos incontaminada sino que es también riquísimo repositorio donde se conservan las vetas originales del idioma. Concluye Cuervo:
El habla vulgar “tiene un fondo arcaico que representa la evolución genuina de la lengua, libra de influencias extranjeras”
Acorde quizás con esta idea Samper Ortega publica integro el tratado de Retórica y Poética de José Manuel Marroquín también gramático, también presidente, que perdió Panamá ante la voracidad norteamericana, y quien en sus páginas hace el censo de tropos e imágenes, géneros y desviaciones, sustentando en la imitación de lo clásico el precepto clave y en El arte de hablar de Gómez Hermosilla la Biblia ineludible sobre la corrección y el decoro. La literatura seguía su curso pero el país perdía un trozo grande de su territorio.
He tenido presente estas consideraciones ante las 150 páginas de la Guía literaria de Cartagena que Aguilar publican a raíz del Congreso de la Lengua, dentro de un proyecto editorial de Felipe Escobar, El Ancora Editores, y selección de textos de Andrés Cote. También España perdió no solo a Cartagena, su decisiva plaza fuerte para la ruta de los galeones en el Atlántico, con su carga de oro y plata indianos, sino que en este caso, como podemos ver, subsiste el arte. Las armas se oxidaron, los versos siguen frescos y renovados.
La incomparable arquitectura, la siempre rica y asociativa poesía. Paseos literarios, figuras históricas, lugares embellecidos con la patina de la palabra escrita. Podemos acercarnos a sus plazas, fuertes y baluartes, a sus rincones de sombra, al salitre y verdín de sus descascarados muros gracias a versos o prosas de Luis Carlos López o Roberto Burgos Cantor, gracias a Daniel Lemaitre o Rómulo Bustos. Esta el plano, esta la foto, esta la silueta del personaje, y esta el suscinto texto, histórico o creativo, que hace de la guía algo mas que una guía turística: un breviario de placer estético.
Una guía que crece en nuestra memoria trayéndonos también las otras voces que no están aquí y que cantaron con apasionada intensidad una historia que subsiste gracias a la energía, a la vez parroquial y universal, de una aldea que se volvió mundo. “¡Cuánto tiempo sin verte, Cartagena!”, como canto Jorge Rojas. O quizás como lo expreso, desde Francia José María de Heredia, en versión de Eduardo Castillo:
“Entre un cielo de llamas y un mar que quizá el viento te invaden los soportes del día somnoliento y sueñas, oh Guerrera, son tus conquistadores; y cuando al mundo invade la noche con sus calmas, recordando tu gloria te duermes entre flores atenta a los sedosos susurros de las palmas”.


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