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LEDO IVO

Juan Gustavo Cobo Borda


Su mirada parece compasiva y fraterna; en realidad es implacable: los pobres huelen mal; no saben vestirse. Los murciélagos, como los humanos, se chocan contra las paredes y beben la sangre de sus semejantes. El padre solo deja al hijo, como herencia, su cansancio y su espanto. Su nada y su frío. Quizás también las palabras.
En ellas, incontenibles, desbordantes, se ha refugiado. Ha querido ser impersonal, reflejando a los otros, en ciudades, como todas las nuestras, que apestan a gasolina y a demagogia "Pero ha terminado por ser el poeta:
"Voy entre la multitud y mi nombre es Nadie"

El poeta que gruñe y se queja: "ya no se cantar al mundo ni decir amor mío" como dice precisamente en "Finisterra" al cantar un mundo caótico y sucio. De llagas y mentiras. De la bolsa de Nueva York y el rey Nabucodonosor. Ese mundo de chatarra, donde retoma el dictum ya clásico de Baudelaire: su invitación al viaje:

"mi vida entera se estremece a la caída de la noche y oigo en la oscuridad el canto de todo lo que parte"

Es el inquieto, el desasosegado, el neurótico, que abomina de "los inmóviles" "de los que escuchan sentados los silbidos de los barcos"

Quien, en su "Oda a la chatarra" quiere retener solamente "lo que por usado y gastado se torna inmune a la ofensa de la intemperie"

Solo que esa reivindicación, desde T.S. Eliot, es ya un lugar común de la poesía moderna. Qué es entonces lo que hace de Ledo Ivo un tan admirable poeta? La fusión acertada de todo ello: de los detritus y del soneto. Del al parecer desvencijado neoclasicismo con la más exasperada enumeración torrencial. 50 libros. 1.104 páginas de su Poesía completa, de 1940 a 2004, y ni el mundo ni la palabra se acaban. Siguen golpeándolo, y el respondiéndoles con su atribulado testimonio:

"No somos dignos de piedad. Sería mejor que Dios no existiera y viviéramos todos fuera de su incómoda mirada"

A esa mirada triangular del ojo de Dios solo puede oponerse una única visión: la del niño en la playa, no recitando a Homero, no midiendo la lejanía, sino reencontrando, qué?, la simple eternidad.

La eternidad del amor, donde dos animales "se muerden y se lamen" Miasmas, caries, aguas podridas, "país palúdico" "fermentación de los residuos": en el trópico es más visible el deterioro, más fascinante el desgaste de todas las cosas, incluido el ser humano.

Para ello resulta necesario reformular las palabras, buscarlas fuera del diccionario, y respirar "el aire de la noche que huele a jazmín y al dulce estiércol fermentado"

Quizás por ello Ledo Ivo habla tanto con los animales, vuelen como el gavilán o estén presos en el zoológico, quietos como el caracol o desasosegados como los ratones. Quizás por ello Ledo Ivo guarda consigo un regalo inesperado para todos cuantos lo leemos, admirados: su ignorancia. Su frágil aprendizaje de la vida. Sus incesantes temores, en medio de la afirmación viril de una voz que se quiere a la vez justa y avasallante. Que siempre torna sobre sí misma, en la reflexión del poema y en la meditación sobre ese arte que aún llamamos poesía. Que dura y a la vez pasa, como el deseo y la música.

Una poesía nutrida de toses y flemas, de locos y muertos, cuya patria no es la lengua portuguesa, sino quizás una pequeña ciudad, Maceio, donde nació en 1924. Esa es su patria, "disentérica y desdentada"

Solo que esta poesía, que ha descendido al mugre y el barro, tiene en su trasfondo el tono épico de los vastos cronistas. Del viajero por el mundo, de Washington a Copenhague, de Roma a Londres, donde ese Nadie trotamundo acostumbra a despedirse así:

"incluso estando muerto insisto en ser Ledo Ivo"

El que pasa, el que quema sus borradores fallidos, el incapaz de retener la evaporación del rocío, pero capaz de darnos, sin embargo, muchos poemas que nos tocan y estremecen. Que nos hacen llorar felices o sonreír acongojados, como en verdad sucede con todo gran poeta. Un poeta de la estirpe de Pablo Neruda en el" Fantasma del buque de carga", de Enrique Molina en Costumbres errantes o la redondez de la tierra o de Alvaro Mutis en su saga de Maqroll el Gaviero: el fascinante viaje hacia la nada. Mirada ancha al mundo y atencion minuciosa al detalle humano. En su libro Requiem (2008) dirá:

"Fui un hombre entre los hombres, una mirada entre miradas, y ahora estoy solo. ... Un oceano mudo me rodea y es blanco como una mortaja. Y la lluvia cae y lava las letrinas de la muerte".

Su poesia es esa lluvia.

Juan Gustavo Cobo Borda

©2010