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La Enciclopedia de Diderot y D’Alembert

por: Juan Gustavo Cobo Borda

“Uno no encontrara en esta obra ni las vidas de los santos ni la genealogía de las casas nobles, sino la genealogía de las ciencias mas valiosas para quienes pueden pensar... no los conquistadores que asolaron la tierra, sino los genios inmortales que la han ilustrado... porque esta Encyclopédie lo debe todo a talentos, no a títulos, todo a la historia del espíritu humano y nada a la vanidad de los hombres”.

En el volumen III D’Alembert hacia esta necesaria advertencia. Adoptado por un cristalera, D’Alembert se habia unido al hijo de un cuchillero, Diderot, y había propuesto la traducción, un tanto revisada, de un diccionario inglés, para subsistir. Pero astutos editores, Eriasson, Le Breton, al respaldar la empresa les dieron alas a los colaboradores. ¿El resultado?. 27 volúmenes que contenían 72.000 artículos, 16.500 páginas y 17 millones de palabras. El proyecto duraría 25 años y el autor de Encyclopédie, Philip Blom, nacido en Hamburgo en 1970, nos brinda en este libro publicado por Anagrama toda la apasionante vivacidad de una empresa intelectual que se convertiría en el paradigma de la Ilustración durante el siglo XVIII.

La empresa no era fácil. Como lo dijo D ' Alembert en el Discurso preliminar: “La barbarie dura siglos. Parece que es nuestro alimento. La razón y el bien son solo episodios pasajeros”. Así que debían convocar a los colaboradores: algunos realmente insoportables y paranoicos, como Juan Jacobo Rousseau, maestro de la hipocresía. Otros, en el exilio, sintiéndose como monarcas destronados, con todas las prerrogativas de su rango, como Voltaire. Si el primero, Rousseau, envió sus cinco hijos al orfanato, en lo que le pareció un arreglo, “tan excelente, tan razonable y tan legítimo”, el segundo, Voltaire, vería como su amante, Madame de Chatelet, en cuyo castillo vivía, escribían y hacían juntos experimentos científicos, moriría al dar a luz al hijo de otro amante, Saint Lambert. Pero estas liberalidades no eran ajenas a las sucesivas amantes de los reyes y a la vida licenciosa de la corte. Lo grave era que varios artículos de la Enciclopedia, muy razonados ensayos en verdad, cuestionaban la autoridad real y el papel de la religión. Por ello el ejército enemigo de los enciclopedistas se unió, y atacó desde todos los flancos: el rey, la corte de Versalles; la Iglesia y en particular los jesuitas, que también propugnaban por su diccionario; los teólogos de la Sorbona; el Parlament, que era abrumadoramente jansenista y que asimismo representaba el poder judicial francés, y hasta el mismísimo Papa que no solo condeno la obra y ordenado, a quien la tuviera bajo pena de excomunión, que esta fuera quemada por un sacerdote (p. 297).

Pero la Enciclopedia también encontraría singulares defensores. Uno de ellos, Malesherbes, el censor quien dio autorización para imprimirla, moriría guillotinado junto con su hijo y nieta, en 1794, luego de defender a Luis XVI ante el Tribunal Revolucionario. Y un retrato de época muestra a Madamme Pompadeur posando con varios libros detrás, entre ellos un tomo de la Enciclopedia.

Pero lo que destaca este libro tan erudito como ameno es la figura de Diderot, el hombre que estuvo preso por haber escrito un libro sobre la percepción del mundo por parte de un ciego; el hombre comunicativo, infatigable, que no pudo ver publicada en vida, por causa de la censura, sus libros tan decisivos en la evolución de la novela moderna tal como lo ha reconocido Milan Kundera: La religiosa, Jacobo el fatalista, El sobrino de Rameau, la Paradoja sobre el comediante. El que logro esta hazaña, de la Enciclopedia al visitar personalmente los talleres de los artesanos, usando sus aparatos, comprendiendo su funcionamiento, describiéndolos y dibujándolos, para así dar la mas vasta y precisa visión del ingenio del hombre en las artes y las ciencias. Desde como se fabrica un alfiler hasta cuales eran las características de las máquinas que desatarían la revolución industrial.

Se acostumbra repetir que toda la revolución francesa se hallaba encerrada en estas páginas. Pero solo uno de sus centenares de colaboradores tomo parte activa en ella. Pero pública, o clandestinamente, cuando fue prohibida, la Enciclopedia registro el saber de su tiempo, y el anhelo del hombre por el progreso, siempre relativo. En su discurso preliminar el matemático D’Alembert pudo escribir:

“Diga la posteridad, al abrir nuestro diccionario: tal era entonces el estado de las ciencias y las bellas artes. Añade la posteridad sus propios descubrimientos a los que nosotros hemos registrado y avance la historia del espíritu humano y de sus producciones de edad en edad hasta los siglos mas lejanos”.

Por ello vale la pena disfrutar este libro acerca de cómo la ilusión de abarcar todos los conocimientos logro sintetizar una época y contribuyo a modificar la mente humana en su percepción de si misma y el mundo que transformo. Ya no solo la nobleza y sus títulos sino unos simples, y casi siempre pobres intelectuales, reunidos en cafés de Paris, discutiendo y buscando medios para sobrevivir: ellos realizaron esta hazaña excepcional.

©2008