Si hay un poeta hispanoamericano de moda en España es sin duda el peruano José Watanabe (Trujillo, 1946): su último libro, La piedra alada, publicado en España por Pre-Textos, ha alcanzado los puestos más altos de las listas de ventas y ha supuesto la demostración de que "otro realismo" es posible, en un momento en el que la poesía patria aparece cada vez más cansada de las viejas fórmulas. Watanabe aúna la expresión de línea clara con la herencia de los modos de la mejor poesía anglosajona del siglo XX, la que se asienta fuertemente en lo mejor de su Romanticismo, añadiendo unas gotas de lúdico atrevimiento -nunca juguetonamente exhibicionista, sino a la búsqueda de la imagen iluminadora- que hacen pensar en un Seamus Heaney ultramarino. Watanabe es uno de los poetas incluidos en la antología de V. M. Mendiola La mitad del cuerpo sonríe. Antología de la poesía peruana contemporánea, que arranca con nombres indiscutibles y variados como Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela o Carlos Germán Belli para llegar, pasando por Rodolfo Hinostroza, Antonio Cisneros o el propio Watanabe, a algunos de los nombres más jóvenes de la poesía colombiana contemporánea.

Menos conocida es entre nosotros la poesía colombiana, antologada por Ramón Cote Baraibar en La poesía del siglo XX en Colombia (Visor): aunque los nombres de Fernando Charry Lara, Jorge Gaitán Durán, Álvaro Mutis, Juan Gustavo Cobo Borda o Raúl Gómez Jattin sean familiares al oído, su obra no es leída con la misma frecuencia que algunos de los otros nombres antes mencionados. La excepción es Darío Jaramillo Agudelo, probablemente el mejor poeta amoroso con que cuenta la poesía en castellano ahora mismo. En Tigre la sed (Hiperión) Víctor Manuel Mendiola, M. A. Zapata y M. Gomes recogen los poetas mexicanos más destacados de la segunda mitad del siglo XX. Hay un puñado de nombres fundamentales de la poesía en castellano de las últimas décadas (Rosario Castellanos, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco) y otros cuantos nombres conocidos entre nosotros por haber publicado sus libros en España (Tomás Segovia, Homero Aridjis, Vicente Quirarte) hasta llegar a un total de 37 autores seleccionados. En pocos países como en México es patente la tensión entre la renovación de corte vanguardista y la tentación del clasicismo: la sombra de Octavio Paz es, sin duda, muy alargada. Paz, Cuesta, Villaurrutia son mencionados profusamente en el prólogo y son los pilares de lo que ha dado esta poesía en este tramo final del siglo: una poesía que, en general, se inclina finalmente del lado de la continuidad clasicista -una vez bien asumida la vanguardia- y que conserva de ésta la facilidad para la sorpresa y una ironía siempre muy de agradecer.

Mucho es lo que pretende abarcar la antología de Erwin Díaz Poesía chilena de hoy: de Parra a nuestros días (Metales Pesados), lo que hace que el mayor peso recaiga en la primera parte de la antología: Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Violeta Parra, Enrique Lihn, Jorge Teillier u Oscar Hahn son ya parte de nuestra historia literaria, pero ninguno de los poetas más jóvenes han conseguido dar el salto. De los caligramas de Eduardo Llanos a los experimentos rítmicos de Bruno Vidal, hay, con todo, obras que valen la pena.También entre los poetas incluidos en La poesía del siglo XX en Venezuela (Visor, edición de Rafael Arráiz Lucca) le resultará fácil encontrar al lector que sólo se haya asomado con ojos curiosos pero sin exhaustividad a la poesía hispanoamericana algunos nombres imprescindibles: Rafael Cadenas y Eugenio Montejo por encima de todos. Su originalidad radica, en el caso de Cadenas, en una desolada ética del fracaso y en una sorprendente capacidad para crear verversos de concisión epigramática y malabar. Montejo, más clásico en la forma, demuestra las posibilidades infinitas de usar un lenguaje de línea clara.