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Edgar Allan Poe en Bogotá



Juan Gustavo Cobo Borda

En el hermoso libro Bibliotecas de Bogotá (Taller de Edición, Rocca, 2008), con introducción de Carlos José Reyes, me inquietó lo que cuentan sobre la Biblioteca Pública Usaquén-Servitá. El libro que más piden los jóvenes es la Medicina forense de Simpson, escrito por el médico galés Bernard Knight, miembro de la Asociación de Escritores del Crimen. "Es un tomo denso en su disciplina, pero lleno de fotografías espeluznantes de cadáveres humanos despedazados, diseccionados, sangrientos, acribillados" (p. 137).


Siguen en la lista de los más solicitados Asesinos seriales, Las crónicas del horror, de Andrea Pesce y Los cuentos de zozobra de Poe. También Drácula y novelas de vampiros atraen, no solo en Usaquén, sino en el mundo entero. Salvo Edgar Allan Poe, no conozco a los otros autores y sus obras, pero me alegró que el norteamericano, nacido hace 200 años, esté allí, no solo como antídoto, sino como buen escritor, precedido por una larga lista de lectores ilustres. Recordemos algunos.

En 1896 aparece en Buenos Aires el libro de Rubén Darío: Los raros. Diecinueve semblanzas de escritores que admiraba: Paul Verlaine y Leon Bloy. Ibsen y José Martí. El modernismo era realmente cosmopolita y en medio de ellos: Edgar Allan Poe.

El perfil había sido escrito en el propio Nueva York del cheque y el whisky. Donde Calibán, encarnación del materialismo, da origen a su reverso: "Edgar Allan Poe, el cisne desdichado que mejor ha conocido el ensueño y la muerte." Allí relee sus versos y ve desfilar esa serie de fantasmas que surcaron la mente del "príncipe de los poetas malditos".

Eulalia, Eleonora, Ulalume, Ligeia, Annabel Lee, Berenice. Ya la música de esos nombres trae consigo "sus mujeres, todas luminosas y enfermas que agonizan de males exquisitos", como las definió Charles Baudelaire en sus certeras páginas sobre Poe.

Sí, allí en esa Leonore del más popular de sus poemas, El cuervo, está el origen de su inconfundible ritornello: "Never more. Never more".

Álgebra y música, sus orígenes irlandeses, sus padres tuberculosos, y su capacidad lógica de deducción y análisis, suscitarían una ecuación nueva: "Nacido en un país de vida práctica y material, la influencia del medio obra en él al contrario. De un país de cálculo brota imaginación tan estupenda", como recalca Rubén Darío.

Hijo de una actriz de teatro, cadeta de West Point, en el mes de abril de 1841 inventa el género policial con la publicación de su relato Los asesinatos de la rue Morgue. Su bella silueta, con algo de lunar y alucinado, a la cual todos los días rezaba Baudelaire, impulsó al poeta francés a traducirlo a su lengua y diseminar su influjo por el mundo, como lo atestigua no sólo Darío, sino también Mallarmé, traductor de su poesía. No era extraña esa fascinación, pues Poe se había desdoblado en un caballero francés, Auguste Dupin, el primer detective que registra la historia de la literatura. Un aristócrata pobre, que vive en un barrio apartado de París, y que cuenta a un amigo sus sospechas y deducciones, como lo hará luego Sherlock Holmes al doctor Watson en una tradición que no parece agotarse.


Casado con una prima, Virginia Clemm, que aún no cumplía los 14 años, consumidor de éter, neurótico y desdichado. Poe estuvo supeditado a una agobiante condena de colaborador periodístico mal pagado y concursante en certámenes que a veces lo recompensan con un premio de 100 dólares. Como sucedió con su extraordinario cuento El escarabajo de oro. Emparedar a quienes nos ofenden; arrancar, una vez muerta, los dientes a la mujer que nos obsesiona; sentir que un péndulo mortal desciende poco a poco sobre nosotros. Nada será comparable al vértigo fascinado de hundirnos en esos abismos, que aún funcionan como un mecanismo de impecable relojeria. Esa "antítesis hecha carne", como lo definió Baudelaire, razonó, con mente lógica, el miedo y la crueldad insospechada, que late en El tonel de amontillado, El pozo y el péndulo, El caso del señor Valdemar, Hop-Frog. Nacido en Boston el 19 de enero de 1809 y muerto en octubre de 1849, en medio de un delirium tremens alcohólico, Ramón Gómez de la Serna le dedica un libro íntegro en 1953: Edgar Poe, el genio de América, Julio Cortázar traduce de modo insuperable toda su obra, junto con un ensayo esclarecedor, y Jorge Luis Borges en su libro de poemas El otro, el mismo (1964) le escribe un soneto a este "inventor de pesadillas", que concluye así: "Quizá del otro lado de la muerte/sigue erigiendo solitario y fuerte /espléndidas y atroces maravillas".



Juan Gustavo Cobo Borda

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