coboborda.org
/ensayos
   

Álvaro Castaño Castillo: Para la inmensa minoría


Juan Gustavo Cobo Borda

Desde 1950 una voz ha estado pendiente para lograr que la historia y el arte no se pierdan y nos acompañen con sus revelaciones y asombros. En el caso que nos concierne, esta remembranza tiene, en muchos casos, nombre de mujer. Puede partir de “una sociedad municipal y sosegada” llamada Bogotá, en los años treinta, cuando un adolescente contempla un desnudo deslumbrante. El de una mujer con
“La piel blanca y el cabello negro, de negrura rotunda como un remordimiento”, llamada Hedy Lamarr y su película Éxtasis.

“El argumento de la obra, si lo tuvo, ya no lo recuerdo, pero sí recuerdo el cuerpo de la actriz vienesa, porque para una aparición de ese calibre no estaba preparado un tierno alumno de los Reverendos Hermanos Cristianos” (p. 177). Teatro Faenza, Café del Rhin, un dancing llamado La bonbonniere, situado en la calle 14 con carrera octava, prostitutas de pocos años, media tobillera y cachumbos, tranvías y primeros edificios de la Ciudad Universitaria. La voz de Álvaro Castaño Castillo y el sonido de la historia es el que se ha captado a través de esta indirecta autobiografía: sus comentarios dominicales leídos por los micrófonos de la emisora HJCK. Comentarios breves, certeros, capturados en su grabadora de bolsillo o con su máquina de escribir, y cuyo pretexto bien puede ser un libro reciente, una noticia de prensa, un aniversario o un fallecimiento. Bien escritos, con humor y gracia, lo curioso es ver cómo esta galería sonora se remonta al siglo de los trovadores y las cortes de amor, de Leonor de Aquitania, “reina de Inglaterra por la rabia de Dios” o de Hildegarda de Bingen, monja alemana compositora de antífonas y responsorios, simple vaso de arcilla que transmite lo que le ha dictado una luz viva, según sus propias palabras.


Pero es esa música de los años, con sus laúdes y sus flautas dulces, la que ahonda estos vocablos y los engrandece con su resonancia. El CD que acompaña este libro, editado por Taurus con el título de Para la inmensa minoría, hace que el canto gregoriano o la voz de Maurice Chevalier haga más ungida y punzante nuestra avidez por esos mundos recreados en luminosas pinceladas. Álvaro Castaño se define, sin mayores problemas, como “un coqueto”. Un coqueto de la historia, que logra el milagro de convivir tranquilo con variadas mujeres y de sentirlas a cada una en su individualidad inolvidable.

Alinor de Aquitania, “inventora del amor”, como amante era “obvia e inconstante y se dejaba llevar por la miseria de los celos” (p. 160). Pero en lugar más alto aún, por encima de Dios, se sitúan Abelardo y Eloisa, de quienes Octavio Paz en su gran poema Piedra de sol (1957) dijo, en versos que resumen a cabalidad su tragedia: “amar es desnudarse de los nombres: ‘dejame ser tu puta’, son palabras de Eloisa, mas él cedió a las leyes, la tomó por esposa y como premio lo castraron después”.


Tambien allí brilla, con luz muy propia, Kiki de Montparnasse, quien en el París de entreguerras enloqueció a fotógrafos y pintores, como modelo arrebatadora, dotada de humor y picardía únicas. O la francesita Aimée Dubucq, quien trastornó e hizo feliz al sultán Abdul Hamid I en el serrallo de Constantinopla. Como en el libro de Carlos Lleras Restrepo De ciertas damas o en las memorias de Alberto Lleras Camargo al hablar de ciertas livianas señoritas bogotanas a quienes llamaba las señoritas de Aviñón, las históricas figuras femeninas pueden desatar pasiones voraces de largo aliento o cubrir, con su fama legendaria, y la magia de sus nombres, los caprichos terrenales con que el hombre busca erigir ídolos con pies de barro. Deleites y sobresaltos que otorga la palabra, “ese testimonio que deja el hombre en su breve paso por el mundo” (p. 41).

Al leer estas páginas, queremos saber más sobre estos seres, prisioneros del bienestar aparente de una corte, pero con el alma errabunda y nostálgica de otras costas, como en el caso de la emperatriz Sisí, siempre en fuga de su dorada cárcel, como la pintan muy bien las palabras de Álvaro Castaño: “Es verdad que Sisí escandalizó muchas veces a Europa con sus continuas fugas de la corte imperial, para seguir las huellas de los héroes griegos, trepar hasta la roca donde Safo se arrojó al mar, montar en Inglaterra briosos corceles que solo los más avezados jinetes de la época podían gobernar, mirar durante muchas lunas la línea del mar en la isla de Madeira, reconstruir su infancia en los peñascos de Baviera, burlar el protocolo de la reina Victoria, adorar la memoria del poeta Heine en su palacete de Corfú, presidir estridentes fiestas de gitanos en sus propiedades de Hungría, para huir en fin, huir desesperadamente de las pompas y besamanos imperiales” (p. 156).


“La historia es una novela que fue” decían los hermanos Goncourt, y a las mujeres y la música debemos añadir la poesía y la ética como otros de los pilares de este libro ameno y grato. Donde también laten su amor combativo y militante en pro de los animales y su culto sin sombras a la amistad, como en sus dos perdurables evocaciones de Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez.

Gracias a la mágica grabadora de bolsillo y la alerta curiosidad infatigable de Álvaro Castaño Castillo, hemos recobrado el tiempo real de la historia y el arte. De mujeres fascinantes y hombres creativos que hoy nos acompañan. Con razón puede decir, sobre un mítico viaje a Estocolmo: “Mi grabadora, donde está aprisionado todo el viaje, minuciosamente y para siempre, como un insecto en un baño de ámbar” (p. 239).

Juan Gustavo Cobo Borda

©2014