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Laura Restrepo: dos novelas cortas


Juan Gustavo Cobo Borda


Esta breve parábola levanta el velo de un encuentro memorable. El que se da entre una mujer culta, alumna de Rene Girard, y un desplazado por la violencia colombiana, en un albergue regido por monjas francesas. El conflicto colombiano se ha vuelto mundial: las ONG son el nuevo nombre de la globalización.

Pero estos pormenores de actualidad no agotan búsquedas más duraderas e insaciables.

Aquella, por ejemplo, que impulsa a este niño-hombre a buscar a su madre. Esa mujer-lavandera oriunda de Sasaima, en tierra caliente colombiana, como diría Álvaro Mutis.
Solo que la búsqueda se va desprendiendo de particularizadas señas de identidad y resume, en un apretado centenar de páginas, la férrea tenacidad con que en un país en guerra, todos buscan edificar, con la nada, y sobre ella, su diminuto jardín.


El que bien puede regir una virgen colonial, esculpida en madera por Legarda, o el que en sus corazones establecen "siete por tres" (por tener 21 dedos en las manos) y la narradora, para disipar al final el fantasma que los agobia. Ensordecidos por el estruendo de la conflagración, la ajustada intensidad de la historia deja atrás los remanentes estilísticos propios de García Márquez y a los que tan propensa era la autora (enumeraciones, adjetivaciones) y nos ofrece una catártica depuración de nuestro conflicto, en el espejo un tanto idealista y elemental, de esas vidas desnudas, reducidas a la nada del dolor y la errancia.


Vacías de lo superfluo, y despojadas incluso de lo imprescindible y necesario, salen de sí mismas para entrar en el otro. Es decir: en nosotros, sus lectores.
Se logrará así que Matilde Lina, el espectro que galvaniza esta historia, nos lleve a tierra y nos haga capaces de morir por quien queremos y no por turbias utopías. Allí, donde lejos de "la raquítica patria oficial", alienta "el inconmensurable continente clandestino de los parias". Ese continente sumergido en el desempleo, la pobreza, la miseria y la guerra sucia que afectan a mucho más de la mitad de la población colombiana. De quienes son en verdad personas, tal como los ha delineado este rápido y urgente, pero no por ello menos certero, retablo.


Laura Restrepo: Olor a rosas invisibles. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.


Nacida en 1950, Laura Restrepo ya tiene una vasta obra novelística detrás suyo. La isla de la pasión (1989), El leopardo al sol (1993), Dulce compañía (1995), La novia oscura (1999) y La multitud errante (2001). Es también autora de un valioso y crítico testimonio periodístico sobre el proceso de paz con el M-19: Historia de una traición (1986).


Ahora nos deleita con una veloz y simpática nouvelle. Contada por el cercano amigo del protagonista, Luiscé Compocé, revive un reencuentro en Miami con su remoto amor, Eloísa, "chilena, burguesita, políglota", para cerrar así su periplo vital, ya náufrago de la inminente vejez. Un dorado crepúsculo reavivado por los fuegos remotos de la juventud.


Con todos los clichés propios del género -viaje por el Nilo, amor bohemio en Roma, separación impuesta por las respectivas familias, trivial aburguesamiento matrimonial, el hombre en Bogotá, la mujer en Berna, sin olvidar el estereotipo final de Miami, para esta última escapada senil- la prosa de la autora trata de rasgar esta cómoda red de lugares comunes, para insinuarnos la fatigosa perplejidad de quien todavía se expone al peligro de sentir, vivir y quizá sufrir.


Pero el buen humor con que retrata las disímiles reacciones masculinas y femeninas ante este riesgo, que más que riesgo es incomodidad por la ruptura de la rutinaria molicie, se soluciona con gracia. Eloísa llegará tarde a la cita, pues su pelo no ha quedado con el color rojo preciso, y Luiscé Campocé nos comunicará sus miedos para terminar abrazando feliz a quien robusta y sin embargo apetecible lo remitirá inexorable al recuerdo del cuerpo de su mujer. El hombre, no hay duda, aún se niega a romper la matriz.


"Luiscé se zambulló en la risa de ella como en tina de burbujas, se acogió sin reservas a las bondades de algodón y seda de su cuerpo abundante, se alimentó de esa dichosa vocación de libertad que, hoy como ayer, emanaba de ella" (p. 58).
"

La desangelada tarea de volverse viejo" había obtenido un nuevo plazo. Una irónica y traviesa postergación. Por ello el narrador, tan insufriblemente bogotano, con sus insidias y chismes de mala clase, padecerá el peor castigo.


Recordar siempre a esa Eloísa que no tuvo. Amargarse aún más al comprobar, mi viejo, que a él sí no lo rozó el amor. El volátil y leve espejismo que tiñe con sus luces efímeras estos dos breves relatos. Estas dos obras menores pero dotadas de gracia.

La multitud errante


Laura Restrepo


Seix-Barral

Juan Gustavo Cobo Borda

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