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María Mercedes Carranza: 1945 - 2003


Juan Gustavo Cobo Borda


En 1972, con epígrafe de Borges, publica su primer libro de poemas: Vainas. Abarca poemas escritos entre 1968 y 1972 y en su carátula conviven Misael Pastrana con el general Álvaro Valencia. Mafalda y las calaveras de José Guadalupe Posada, Pablo VI y Ho-Chi-Minh. La época resumida en un collage.

Surge allí también Colombia como obsesiva preocupación. Vista con humor, sarcasmo y juegos de palabras. Al mismo tiempo la poesía es puesta en duda desde una perspectiva crítica, tan propia del momento. Podría citar a Cesare Pavese, el novelista italiano que se suicidaría: "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos", como a Jorge Manrique: "amigo dilecto de las calaveras", para concluir en que quizá todo no sea más que "palabras más o menos".?Escribirá, según dice, sus memorias, con énfasis en la cotidianeidad suma y de resto "llenaré las páginas que me faltan / con esa memoria que me espera entre cirios, /muchas flores y descanso en paz".?

Algunos poemas fracasaban por lo explícito de su rechazo a lo convencional, pero otros, como el titulado El silencio o Quién lo creyera nos revelaban su fuerza expresiva. Por un lado esa vacuidad sonora, de tautología que se repite sin pausa, y por otra el reconocimiento de esos dos niveles donde por una parte somos furia inexpresiva, mudez asesina, y por otro desgranar de fórmulas vacuas. Convencionalismos que disimulan ese severo diagnóstico de el hombre lobo para el hombre.

?La cultura, además, va a ser usada en todo momento como referencia iluminadora, de ágil juego textual. Allí donde los sonetos de Garcilaso de la Vega se cruzan con el auto-stop, Reader Digest y los barbitúricos, al buscar dinamizar, por la irrisión, por el desapego, esos iconos consagrados.?

Ese cuadro luminoso y complejo, en donde la pintura flamenca reflexionaba sobre sí misma, en el espejo de ese interior burgués, con el perrito a los pies de los dos cónyuges, es puesto en duda, y sacudido, por una joven poeta colombiana, hija de un poeta mayor de nuestras letras, conocedora de la tradición española pero también de los antipoemas de Nicanor Parra.

?Que al estar casada, en ese momento, con Fernando Garavito, establecería un ineludible diálogo con quien producía a su vez una poesía también cuestionadora.?

Ella, por su parte, introducía en sus textos canciones infantiles como una forma de restaurar una inocencia perdida en contra del maquillaje retórico que afeaba y tergiversaba el agobiado rostro del lenguaje. Pero la suya, quién lo duda, también era otra retórica: la de la blasfemia irreverente, la del desparpajo provocador.?

Si diálogos como los de El silencio apuntaban al teatro del absurdo: "-parece verde /-es verde /-¿es verde? /-sí, es verde", muchos otros poemas dedicados a la pintura, a la figura de Simón Bolívar, o a la huelga de las palabras mismas, con sus raidos lugares comunes o la estulticia sorpresiva de sus frases hechas, hacían conciencia en torno a una existencia inútil: "Después de todo, malvivo mi vida, como usted".

?Solo que ese interlocutor al cual se dirige, ese lector al que apela con sesgada ironía, no es otro que la muerte. Búrlese de ella, en los convencionales rituales del luto -como en Ahí te quiero ver o Jugando a las escondidas -lo que en definitiva subsiste, paradoja última, es la vasta dimensión del olvido. La nada desnuda.

?Su segundo libro, Tengo miedo (1983),  abarca poemas del 76 al 82. Allí mantiene algunos de los tonos del libro anterior, en poemas como Sobran las palabras, pero ahora hay una voz más directa y desnuda. Vainas ha sido la catarsis que le permitió llegar a cero y no hablar más paja, como lo señaló Ernesto Volkening. Ahora la voz del miedo y la soledad se siente desconcertada. No sabe cuál es su verdadero oficio y razón. Tampoco sabe cuánto durará esa condena: la de saberse atrapada por sí misma. "Queda la palabra yo. Para esa, / por triste, por su atroz soledad /decreto la peor de las penas: /vivirá conmigo hasta el final" (p. 55).?

Solo que el enemigo agazapado en su interior, que conjura y emparienta con figuras dramáticas como Antonin Artaud, no se disipa nunca. Es terco, inamovible. No pudiéramos definirlo en una sola palabra. Aleación entre miedo, soledad y vejez. Es el fracaso consciente de querer abarcar el mundo integro en una palabra renovada y total, pero tener para ello solo las oxidadas armas del lenguaje diario, malversado en la prensa, adulterado en la radio, suplantado en la televisión, por la imagen brutal, precisa y contundente. Sin olvidar tampoco que ya Álvaro Mutis, en sus primeros textos, había dedicado un memorable asedio a este elusivo y siempre próximo fantasma, "el miedo", que nos acompañará toda la vida. El miedo, la auténtica, la única, la verdadera tradición nacional que continúa su marcha a través de la poesía, en un arco que de Álvaro Mutis a María Mercedes Carranza nos inquieta y perturba por su letal persistencia.


De amor y desamor y otros poemas?

María Mercedes Carranza

?Editorial Norma


Juan Gustavo Cobo Borda

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