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Liturgia de difuntos: la primera novela de Fernando Toledo


Juan Gustavo Cobo Borda


En su Breve historia de España García de Cortázar y González Vesga escribieron: "Los Reyes Católicos sorprenden a la comunidad hebraica en 1492 al decretar la expulsión de los judíos hispanos o su conversión forzosa al cristianismo. Siguiendo el ejemplo de Abraham Senior, rabino mayor de Castilla, una gran parte de la clase dirigente elegiría el bautismo como tabla de salvación, aunque muchos otros tomarían la senda del destierro" (p. 244).

A partir de esta fecha y estos hechos, y en una peripecia que llegara hasta 1928, Fernando Toledo (1948) ha escrito una primera y singular novela. Una novela histórica que es a su vez una indagación en sus ancestros. Seis escenas la estructuran. En la primera de ellas la Inquisición, teatral y aparatosa, despliega un barroco auto de fe. Lo preside Carlos II, rey de España, y comienzan a dibujarse los personajes: Nuño de la Cueva, soplón de la Inquisición, y Fray Gil de Santillana. Y sobre todo, Alonso de Tordecillas, secretario del Consejo de Castilla. El primero y el tercero esconden un peligroso secreto: gotas de sangre hebrea corren por sus venas.?

1492. En un cigarral de Toledo, un herbolario judío, Mosé Ben Aberatel, descifra el albedrío de las plantas. Pero toda su ciencia, consultada incluso por la reina Isabel, le servirá de muy poco. El decreto de expulsión, con el puntillismo legalista de su árida prosa, no le concederá ninguna opción, salvo las arriba anotadas, ni a él ni a sus hijos. Por pensar que se les roban las almas, los Reyes Católicos expulsarán a sabios y prestamistas, astrónomos y curtidores. La utopía de Toledo, con tres razas y tres religiones, conviviendo en tensión fructífera, salta hecha pedazos. Unos para Amsterdam, otros hacia Constantinopla, pasando por Ferrara, renuevan la secular diáspora.?

Nuño de la Cueva, luego de luchar con los tercios en Italia, regresa a España. Con honor pero sin dinero, se ve obligado a venderse como informante de la Santa Inquisición. Se le ofrecerán más indulgencias plenarias que tintineantes monedas, pero no hay otra alternativa, por el momento. Incurrirá en la abyección típica de los delatores. Frente a una carnicería, apuntará si los clientes consumen o no carne de cerdo. Como dice Toledo: "Los eufemismos llegaron a ser parte de sus hábitos y las tergiversaciones de identidad se convirtieron en pan comido" (p. 110).

?Recibiendo las órdenes en el propio confesionario, el delirio de una persecución incesante lo lleva tras los pasos de Alonso de Tordecillas, su propio reflejo agigantado. Pero la habilidad de Toledo como narrador es sugerirnos caídas (que no se dan) y abrirnos túneles (que no llevan a ninguna parte). Tordecillas vuelve a su fe judía, y deja atrás mujer e hijos. Nuño de la Cueva enloquece en el quicio de una iglesia. Pero la saga continúa en un sorprendente final: de Amsterdam pasamos a Curazao y de allí a Bogotá. No revelaré esta hábil argucia última, pero sí el modo como esta escritura, minuciosa y detallista, sabia de erudición histórica, también es capaz de recrear la lengua ladina, envolviéndonos y devorándonos con su torrencial flujo narrativo, propio de una primera, y ya bien lograda novela.


Liturgia de difuntos

Fernando Toledo

2002

Juan Gustavo Cobo Borda

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