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Los Ortega


Juan Gustavo Cobo Borda


La historia de la familia Ortega es la de unos periodistas, escritores y pensadores que desde el siglo XIX hasta hoy buscaron modernizar y más concretamente "europeizar" la vida española a través de una labor pública que se expresó en el periódico, la revista, la cátedra y la empresa editorial, ante todo. Liberales humanistas,  diarios como El Imparcial, El Sol y aun hoy en día El País, fundado precisamente por quien escribió estas memorias de su familia  atestiguan el sostenido empeño.

?Que estrecha y agria la España remota que nos pintan estas páginas, la cual en vísperas de perder a Cuba y ver desmoronarse los últimos restos de su imperio colonial, en 1898, tenía muchísimos menos kilómetros en vías férreas que la isla caribeña. Y que arrastraba, como no, un pesado lastre de caciquismo electoral, algaradas militares y dominio clerical. Quizás por ello las sucesivas generaciones de Ortega trataron de airear esa casa vetusta, sabedores de lo que Julián Marías escribiría en 1955, ante la muerte de José Ortega y Gasset: "No se puede ser de verdad inteligente -históricamente inteligente- en un país estúpido, ni tener una vida públicamente decente en una situación de envilecimiento".

?Quizás por ello la España monárquica que tenía que salir a buscar rey entre las diversas cortes europeas, verá caer la monarquía, surgir la república, atravesar el calvario de la guerra civil y opacarse aún más durante los 40 grises años del franquismo, para sólo obtener en nuestros días el despejado, salvo ETA y los nacionalismos, clima que la distingue. En ello cumplieron papel protagónico los Ortega y sobre todo la figura central del libro, José Ortega y Gasset.?

Un filósofo, educado por jesuitas y especializado en Alemania, que contribuyó como ninguno a que la lengua española adquiriera normalidad filosófica y el quehacer intelectual incidiera en la vida pública.?

Con la creación de la Revista de Occidente (157 números entre 1923 y 1936) y la traducción de libros como La decadencia de Occidente, de Spengler, y su prólogo a la traducción, por primera vez en lengua distinta del alemán, de las obras de Sigmund Freud, incitador y sugestivo, dio las primeras señales de alerta.?

De ahí arrancarían los innumerables escritos de este neokantiano, sea para reflexionar sobre el yo y su circunstancia y la razón vital. Propugnar por la autenticidad, señalar el papel de la masa en la vida contemporánea y la deshumanización del arte, esbozar su teoría de las generaciones, los rasgos distintivos de la mujer, el amor y la cacería, la pintura de Velásquez o la necesidad de conferir autonomía a las provincias, en esa España invertebrada. Sin olvidar, por cierto, su profética visión de la tragedia que hoy acosa a la Argentina. De ahí que su magisterio se acatase quizás más en América que en su propia tierra.?

Estas son, entonces, las memorias de un hijo fiel al legado de su padre, que retrata con ingenio a sus amigos excepcionales, de Azorín y Ramón Gómez de la Serna al torero Domingo Ortega, y que muestra con acierto las tensiones en que se debatía un hombre deseoso de mejorar el nivel de sus compatriotas -quería que los españoles llegasen a ser "un poco más inteligentes, más sensibles y más pulcros"- en una acción pedagógica infatigable, pero reclamado siempre por el llamado exigente de una vocación filosófica que no parecía encontrar calma para realizarse a cabalidad. Esbozos, sugestiones: artículos de periódico.

?En todo caso, que soberbio espectáculo el de un Ortega que en la tertulia o en la cátedra de metafísica, en la agrupación política, con Antonio Machado, Marañón y Pérez de Ayala, buscaba insuflar energía y cultura en una sociedad que no terminaba por desprenderse de la imprecisión retórica (inicio de la corrupción) ni ingresar del todo a la modernidad secular, disminuyendo las injusticias sociales.

?Como Jean Paul Sartre, quien también al final de su vida apenas si rescataba de su obra algunos de los escritos circunstanciales de Situaciones y su autobiografía titulada Las palabras, también Ortega, quien publicó ocho volúmenes de "situaciones" titulados El espectador, podría sentirse desalentado e inconcluso por la en apariencia precaria repercusión de su obra.?

Pero que viéndolo hoy, tantos años después, con la mirada afectuosa e informada del hijo, surge como el formidable agitador socrático que zumbaba cada día con su aguijón inteligente sobre un pueblo estólido y prejuiciado. Sólo que ese pueblo ya no grita hoy como su gran antagonista, el energúmeno español Don Miguel de Unamuno, como lo llamaba, y quien también se ahogaba en ese ambiente de "ramplonería y de mentira", en contra de Europa: "¡Que inventen ellos!", sino que busca disminuir el desempleo y consumir más libros. Los libros que tanto amaba Ortega, para leerlos incluso en el ascensor, y que hoy encierran su fructífero legado, digno, por cierto, de releerse con el perspectivismo que brinda nuestro tiempo, el único, el intransferible, tal como el mismo nos lo enseñó.


Los Ortega

José Ortega Spottorno

Taurus, 2002




Juan Gustavo Cobo Borda

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