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Fascinante Vasconcellos

Juan Gustavo Cobo Borda
 


Hablamos de un revolucionario que fue también pedagogo. Nos referimos a un abogado y escritor que vivió en el vórtice de la revolución mexicana, como partidario de Madero y Villa y que en su primer discurso para aspirar a la presidencia escribió: "Proclamemos la simple verdad de que el fanatismo se combate con los libros, no con las ametralladoras".

Lo sabía bien, pues cuando el presidente Alvaro Obregón le entregó la orientación de la cultura en su país, por tres años, inundó las aulas con la traducción de clásicos griegos y latinos, puso los muros de los edificios públicos al servicio de pintores como José Clemente Orozco y Diego Rivera e invito a una maestra-poeta, Gabriela Mistral, para que viniera a preparar antologías para niños y niñas donde se hablaba tanto de Sor Juana Inés de la Cruz como de Simón Bolívar.

Los años que estuvo al frente de la Secretaría de Educación pública, de 1921 a 1924, aumentaron en un cincuenta por ciento, alumnos, edificios y maestros y lo impulsaron, en 1922, a realizar una gira triunfal por América Latina, en compañía de un gran poeta, Carlos Pellicer, donde en Colombia fue proclamado Maestro de la Juventud Americana y donde, ante las cataratas de Iguazú, encontró un referente de su teoría de La raza cósmica (1925).

América como utopía donde se funden todas las razas, y donde el hombre indo-americano, deja atrás el peso clerical y la energía del positivismo, para una nueva síntesis, con clara definición anti-protestante y anti-imperialista. Se había nutrido, claro está, en José Enrique Rodo pero fue además un escritor vibrante y apasionado cuyos varios tomos autobiográficos son una de las más altas muestras de franqueza y egolatría, de pasión y odios, cuando el fraude, el militarismo y la guerra sucia le impidieron ser presidente y lo obligaron al exilio.

Fue también un hombre bendecido por el amor de una mujer refinada y también valiosa escritora, Antonieta Rivas Mercado, cuya novela de vida es tan apasionante como la del propio José Vasconcelos: se suicidaría por él, pegándose un tiro en el corazón, en Paris, en la propia catedral de Notre Dame. Su imagen final, entre intereses por la filosofía de la India, simpatía por la derecha fascista de José Antonio Primo de Rivera, en España, y Benito Mussolini, en Italia, en el caso de Vasconcelos plantean siempre problemas complejos de interpretación que, entre muchos, han abordado con gran inteligencia, Carlos Rela de Azua, en Uruguay, Claude Fell, en Francia, y Enrique Krauze y Christopher Domínguez Michael, en México.

Porque "un esteta en el poder", pasa de un liberalismo tolerante a un fanatismo obnubilado. Y que queda, hoy en día, de tantas teorías estéticas, filosofías, teosóficas, masónicas y esotéricas, ante el trazo fulgurante de esa autobiografía descarnada como son el Ulises criollo (1935), La tormenta (1936), El desastre (1938) y El proconsulado (1939). Fue testigo de una revolución traicionada pero fue también un ciudadano de toda América que valoraba el ámbito de la escuela y la universidad como el espacio que nos daría conciencia y autonomía.

Fue también, y este diario-recuento de su viaje a Colombia una vez perdida la posibilidad de la presidencia lo confirma, el abanderado de una cruzada anti-yanqui, en el momento en que Olaya Herrera se dispone a ser presidente de Colombia, y a su arribo a Barranquilla, a la casa del dramaturgo Luis Enrique Osorio, volverá más nítida la confrontación entre quien defiende a Roma y los valores hispánicos y los que se afilian a Washington y Mr. Mellon, jefe del tesoro en Washington y concesionario de los petróleos colombianos. Era, en realidad, una 'campaña continental y antiimperialista' la que Vasconcelos emprendía, al buscar recuperar el sueño bolivariano de la integración latinoamericana, de la Magna Patria. Para ello recibía el apoyo concreto, efectivo, de Eduardo Santos, el propietario de El Tiempo, el periódico que hacía tiempo acogía sus escritos. El mismo propietario que había respaldado económicamente a Gabriela Mistral, en momentos difíciles en Europa. El mismo mecenas generoso que se comprometía con todos los perseguidos políticos del momento.

La campaña de Vasconcelos, basada en los valores del nacionalismo hispánico, tendría como adversario el panamericanismo orquestado desde el Norte, pero contaría con leales y curiosos partidarios, como Gilberto Alzate Avendaño los estudiantes y los venezolanos que refugiados en Colombia, al huir Juan Vicente Gómez, veían como el escritor antioqueño Fernando González, con los auspicios de Gómez, se iba para Venezuela a escribir sobre Bolívar. Paradojas, contradicciones, como siempre, en medio de las turbulencias políticas y las crisis económicas.

Un nacionalismo, con la savia católica de nuestros padres, era la propuesta ideológica de Vasconcelos, al luchar contra las multinacionales gringas del petróleo, la Andian o la United Fruit, y su monopolio del banano.

Juan Gustavo Cobo Borda

©2010